lunes, 5 de diciembre de 2011

Capítulo Ocho: Blackbird, FLY.

[Antes que nada, mis adorados lectores, disculpen la demora, parecerá que me justifico, pero quizás luego de leer éste capítulo logren comprender mi tardanza. Como siempre, estoy eternamente agradecida. Ah, y a éste capítulo se lo dedico a Romi, gracias loca, por acercarte a mí en la escuela y levantarme el autoestima así de rápido, sos un Sol inmenso.]


***


Rompí lo que sea que tenía con alguien hace más o menos cuatro días. Justamente en ese momento, mientras él justificaba sus decisiones y todo eso que siempre pasa cuando las cosas no dan abasto, me pregunté cuánto demoraría en escribir sobre él o sobre cualquier otro hombre que no lucha, y que espera que nosotras, las superheroínas por naturaleza lo hagamos por ellos... ¿Y yo? ¿Y yo que nací villana en cuestiones del amor? Yo soy de las que no pelean por causas nobles, porque yo no tengo causas nobles, yo lo único que tengo es ganas de no hacer nada, ganas de que no me rompan más las pelotas (¡ay, si tuviera!) ganas de no peinarme, de no bañarme, de ir con mis Topper mugrosas a cualquier lado, quiero tener el esmalte corrido en las uñas, y una pila inmensa de lagañas acumuladas en los ojos. Y pobre Blackbird (así llamaremos al señorito en cuestión) él no tenía nada que ver con mi estado mental de vieja cincuentona hippie y en decadencia.

El día que “rompimos” (Si es que se le puede llamar así al quiebre de aquello que nunca fue construido) él me pidió que no fuera indiferente a lo que estaba pasando; y lamento decir -ahora que recapacito sobre lo ocurrido- que soy una mierda de persona, sí, actúo indiferente a todo aquello que pueda llegar a doler. ¿Por qué? Porque ya tengo heridas viejas, porque ya lloro en las noches que no fumo, y fumo en las noches que no lloro, porque éste es mi límite, y decidí, como el ser capaz que me considero, que no voy a sufrir más.

***



Nos habíamos conocido por internet. Las vueltas de la vida hicieron que nos lleváramos bien, aunque a veces me costara lograr una conexión espontánea con él. La costumbre de los llamados telefónicos y los mensajes de texto fueron puliendo ésas cuestiones. Varios meses después, él viajó de su provincia natal a Córdoba, a mi Córdoba. Nos vimos, viajé tres horas con mi mejor amigo para verlo. Todo apuntaba a que habría explosión de cariño, dulzura, y tantas cosas que existen sólo porque sí, pero no fue así. Más bien pareció una tímida reunión de infantes. No hubo química, nadie quiso nada con nadie, y nadie intentó lograr nada con nadie. No lo vi más. Todo siguió vía Internet, y concluimos en que hubiésemos querido que pasara algo, y decidimos seguir tirándonos palos, inventando un compromiso de cartón y todo eso.

Para resumir lo demás, en un momento me cansé de la relación sin ‘ton ni son’ que teníamos, pero, con esperanza de que él volviera a Córdoba, no dije nada.

Hace cuatro días –como les dije al principio- él me dijo que no iba a venir. Y listo, se terminó. ¿Qué más quiero? Llenarme de problemas a distancia no es uno de mis hobbies favoritos. Es mejor (según dicen) que las cosas se terminen por lo sano, y que yo sepa, acá no hay ningún herido.

Blackbird no se va al Placard, porque... No me molesta que aún ronde por los pasillos de mi vida. A mi adorado ropero, sí, la historia que no pudo ser, que no quiso ser, que no dejé que fuera o lo que sea. Da lo mismo, en cuestión, algo que no fue.


martes, 18 de octubre de 2011

Capítulo Siete: Como lapidar a quien respira (Parte II)

«No olvides que el perdón es lo divino, y errar, a veces, suele ser humano. No es bueno hacerse enemigos que no estén a la altura del conflicto; que piensen que hacen una guerra, y se hacen pis encima, como chicos. ♫♪» (Fito Páez. Gracias eternas, ídolo)

En el capítulo anterior:

“Con mi novio todo iba de maravillas. Con mi familia ya no discutíamos, porque yo siempre estaba de buen humor. Mis amigas, de fierro, me veían contenta y eso las ponía bien. ¿Qué más se puede pedir?”

***

Un poco, muy hacia mis entrañas, quizás, y sólo quizás, hoy, a un año de terminar mi relación con Rulo, pienso... que tal vez me arrepiento. Tal vez, y sólo tal vez volvería el tiempo atrás. Aunque probablemente volviera a pasar lo mismo. O no; quizás maduré (y no me di cuenta), quizás cambié mi forma de ver a los hombres (pero no estoy muy segura), o quizás, como última opción, sigo siendo la misma mocosa irresponsable y egoísta de la que Rulo se enamoró. Y pobre de él.

Justo en la cima de mi felicidad, advertí que le temía... le temía a la felicidad. Le temo a la felicidad, como le temo a la oscuridad y a los espejos. Tal vez quienes han sido felices, y luego lo han perdido todo, me entiendan. «Ya no quiero esto, después de todo, algún día se va a terminar, -pensaba mientras mi corazón, triste, frágil y de estabilidad cuestionable se desencajaba de a poco- y más vale que se acabe ahora, que todavía no me acostumbré a ser feliz». No quiero justificarme (¿O sí?) pero actué por miedo. Y sufrí mucho después de todo.

Advertí que nuestra vida se volvía una rutina de marido y mujer, y fue cuando mi cabeza (o quizá mi corazón) empezó a hacer un puchero lamentable sobre lo joven que era en ese momento (¡Y que sigo siendo!), sobre que me estaba perdiendo de muchas cosas de la adolescencia (¿Cuáles?) y sobre que mi Rulo, mi amado Rulo, no tendría motivos para estar con alguien como yo.

Cuando por fin decidimos sentarnos a hablar, después de varios días de respuestas monosilábicas entre nosotros (sobre todo por mi parte), decidí que terminábamos todo ahí. Así como así. Y quisiera poder contarles como fue todo a ustedes, mis adorados lectores, pero no logro acordarme de lo que sucedió. No puedo recordar ninguna oración que le haya dicho, ni sus respuestas. No logro acordarme si lloré o no, o si él estaba de acuerdo conmigo, o si se levantó y se fue... Sólo tengo la certeza (que aún hoy me punza el alma) de haberle dicho que él era el único responsable de todo esto. Si sólo le hubiese dicho que me horrorizaba la idea de ser una persona miserable, él me hubiese calmado. Si se lo hubiese dicho... Probablemente lo habría arreglado con un beso largo y una caminata por el parque, de la mano, mientras me susurraba cosas hermosas al oído. Y sé que sufrió, sospecho que incluso más que yo. Y con un orgullo que me transforma en lo que nunca quise ser, no le contesté los mensajes. Ni respondí a sus llamados. Evité cruzármelo, e intenté en vano olvidar la parte más bella de mi vida. Quién me entiende... Quién.

[Amenaza al lector]: No me vuelvan a poner así de melancólica, no está bueno. Espero que lo disfruten, y que no se hayan quedado con el mismo sabor amargo que yo. Au revoir.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Capítulo siete: Como lapidar a quien respira

En el capítulo anterior, apareció mi ex, Rulo, alguien de quien no les había hablado hasta ahora por una muy simple razón: Él no está en el placard. Al menos no aún. Después de haberlo mencionado, creo que mi deber como “escritora” (si es que ese término no me sienta algo grande) es satisfacer a mis lectores. Creo también, que como lector, podrías (o no) sentir curiosidad (o no) respecto a este ruludo ser. En lo que a mí concierne, sí, aún siento curiosidad por él, una curiosidad que asumo como inquietud permanente y fanática.Y que quede claro que no soy de esas ex que se persiguen, que si el pobre está solo, que si sale con alguien, que si se compró unos jeans nuevos, que tiene tos, que si se va a casar, que si besó a una zorra en el boliche, etcétera, etcétera. Soy más parecida a un ex (sí, dije UN: Masculino y singular). Si llamara, le atendería. Si quiere que hablemos, hablamos. Si quiere llorar, que llore. ¿Y si quiere volver? Bueno, ahí es cuando me fijo si tengo ganas o no. Los hombres (al menos casi todos) tienen una extraña habilidad para que todo les importe poco y nada. Al paso del tiempo, yo, como mujer práctica, versátil y audaz he logrado adaptar mi naturaleza sensible, perceptiva y cariñosa a lo único realmente bueno que tienen los hombres: Esa forma fría e inalterable que utilizan para no sufrir. Si alguien me preguntara si creo que es lo correcto, no sabría qué responderle. Por lo pronto me quedo con lo que soy. Yo ya sufrí, y esto es lo que dejó de mí el llanto, la melancolía, la autocompasión y todo lo demás.

Hoy el teclado, y ustedesleyendo del otro lado de la pantalla, me hallan sincera, escuchando Nirvana, con una taza inmensa de café (casi escribo “Balde” en vez de taza) y una porción de Lemon Pie bien inspiradora. Estoy pensando, entre otras cosas (aunque suene extraño, sigo pensando en mil cosas a la vez… Soy mujer, a pesar de todo) por dónde empiezo mi historia. Hay tanto para contar, mucho para obviar…

***

Lo conocí en una fiesta, me agradó. Le di mi mail y me agregó. Recuerdo que chateaba con él y me reía muchísimo. Nos gustábamos, era obvio. Nos gustamos desde la vez que nos conocimos. Me pidió mi número de celular vía Messenger, y no pasaron más de diez segundos que mi celular, al lado del teclado, empezó a sonar. Número desconocido.

-Cortá el teléfono, no te voy a contestar –le escribí-.

- ¿Eh? ¿De qué estás hablando? –me contestó.

Mi celular siguió sonando, yo seguí escribiéndome con Rulo, y decidí contestar.

- ¿Hola?- Dije con una voz calma pero curiosa.

- ¿Hooooooooola? ¿Hablo con la Reina del País del Membrillo? – La voz, por su tonada inconfundible, era la de Rulo. Sí, era él.

- Te hacías el desentendido, sinvergüenza. ¿Para qué me llamás si estoy chatenado con vos?

- Quería constatar que tu voz era tan linda como lo recordaba...-Su voz suavecita me ablandaba el corazón-.

- ¡Já! Ahora ves que no, qué lástima.

- Yo no dije que no, es más, es mucho más hermosa de lo que recordaba. ¿Sabés cantar?

- Sé cantar... Mal, canto muy mal.

- A ver cantame algo.

Esta es la parte en la que me río de sólo imaginarme a mí cantándole a apenas un conocido, por celular.

- No te voy a cantar, nene, ¡Qué horror!

- Dale, yo empiezo a cantar, y vos me seguís...

Juro, JURO que no tuve tiempo de decirle que no, juro que mis intenciones no eran en absoluto escucharlo cantar. Cuando logré reincorporarme de mis pensamientos, él estaba haciendo una imitación algo extraña de “Vuela, vuela”.

- Vuela abuelaaaa, no te hace falta equipaje, vuela abuela, ♪♫.

- Jajajajaja, es “Vuela, vuela”, pavo.

- Sí, pero es más gracioso imaginarse a una abuela volando.

Era cierto, era muy gracioso. Recuerdo que nunca había estado hablando con alguien tanto tiempo, no al menos, sin silencios incómodos o algo por el estilo. Así como era obvio que nos gustábamos, era obvio también que teníamos una química interesantísima. Al cabo de un mes de este tipo de conversaciones, éramos novios. Mi primer novio, un novio de verdad. Sentía que el corazón se me acalambraba de amor tan sólo escuchar su nombre. Su pelo, sus rulos, mi delirio. Sus ojos negros despertaban al Sol rozagante cada mañana. Su mano, su mano con la mía. Su voz de niño. La ternura de sus movimientos. Aquello que no olvido, estar enamorada.

- ¿Qué hacés?-le decía, mientras ambos acostados en el césped, nos quedábamos callados-.

- Te miro -me decía, y ruborizaba mis mejillas involuntariamente.

- Sos hermoso.

- Vos sos la mujer más bella que existe en el mundo -me decía mientras se acercaba para besarme.

Y así me sentía. Si bien creo que en la repartición de belleza se olvidaron de mí, él me hacía sentir hermosa. Sentía que apenas me despertaba, despeinada, sin una gota de maquillaje y los ojos a medio abrir, era atractiva. Él me paseaba con orgullo, como si fuera un trofeo. Él me consideraba una persona sabia y crítica. Él apostaba más que nadie a mi futuro, y creía también que yo podría lograr cualquier cosa que me propusiera.

Confieso que mientras estuve con él, fui la adolescente más afortunada del mundo. ¿Adolescente?, retiro lo dicho. Yo no adolecía de nada en absoluto. Fue el apogeo de mi felicidad. Yo me sentía mejor que nunca. Con mi novio todo iba de maravillas. Con mi familia ya no discutíamos, porque yo siempre estaba de buen humor. Mis amigas, de fierro, me veían contenta y eso las ponía bien. ¿Qué más se puede pedir?

¿Qué podría separarnos? ¡Te dejo con la duda hasta el próximo post!

martes, 23 de agosto de 2011

Capítulo cinco: Las cosas que no se ven (Parte II)

***

Nos habíamos acostumbrado a olfatearnos, nos veíamos casi tan a menudo, que podría haber notado que se le había caído una pestaña. Creí que estaba funcionando, creí que ya era hora de avanzar, creí en eso... Digo, a veces el título de “novio” o “novia” revive algunas cosas.

Ese día salí de mi casa, con esperanza de verlo, de decirle que la monotonía de nuestra relación tenía una simple solución: Formalizar. Se lo iba a decir así, sin vueltas, sin palabras de más. “Tengo muchas ganas de decirte algo” le envié por mensaje. “¿Estás embarazada? Jajajaja” me contestó burlándose de mi inmaculada elección. “Del Espíritu Santo, ¿Cómo sabías? El Ángel Gabriel es más metido...” Le dije. “Jaja, la verdad :P ¿Qué pasa?”. “Nos veamos esta noche en el pub de la esquina, ¿Dale?”. “Dale, besos”.

Esa noche me propuse vestirme para matar (sin olvidar, claro, que íbamos a un pub, no a una cena con la Reina de Inglaterra). Abrí las puertas de mi placard y saqué mi jean negro y mi blusa de gasa y broderie. Me proponía a buscar del fondo de mi armario mis zapatos con taco y moño en la punta, cuando la vi. Sí, de entre los espíritus que esconde ese extraño mueble, se asomaba, iluminada, celestial, y desbordante de melancolía, la carta. La primera carta de amor que recibí, la primera, de mi primer amor, de mi Ruludo dulce y tierno, aquel que nunca pude encerrar junto con los demás. Su carta se hacía presente ante mí como un mensaje del más allá, como una incógnita eterna, con una intriga paranormal que llegaba para quedarse. Mis rodillas cayeron al suelo, no pudo ser de otra manera. Un ser, ajeno a mí, pero que habita en mi cuerpo, la alzó, la abrió, y obligó a mis ojos a que leyeran.

Membrilla, mi amor:

¡Hola! ¿Te sorprendió mi regalo? Encontré al panda en un local de golosinas, y pensé en regalártelo. Tiene una cara muy dulce, como la tuya. O como la mía si te miro. O como la de la panda si mira al pando. Jajajaja, perdón, sabés que no puedo evitar escribir cosas sin sentido. Bueno, esperá, ahí me concentro.

¿Te acordás cuando te conocí, que nos reímos de ese tacho de basura? ¿Y cuando, después de varios años, te dije que me gustabas, y me contestaste que vos también? Sí, cuando decidimos ponernos de novios. Yo ya te amaba desde antes. De hecho, te amaba desde antes de conocerte. Cada vez que alguien me preguntaba cómo sería la mujer de mis sueños, te describía. Sí, así, sarcástica, directa, inteligente, simpática, inquieta, molesta, charlatana, expresiva, sí, así como sos. Y apenas te vi supe que eras vos, y supongo que eso es el verdadero amor. Supongo también que se trata de un flechazo que dure (¡Vamos un mes y ocho días!), y supongo que mi papá tenía razón cuando decía “Te tienen que gustar todas sus virtudes, pero tenés que amar cada uno de sus defectos”. Y defectos, tenés un montón (no tanto como yo, por supuesto) pero todos son perfectos, cada uno de ellos son una obra de arte, una maravilla digna de ser contemplada y admirada. Por eso es que te amo. Por eso es que voy a amarte siempre. Por eso es que vale la pena todo lo que te digo. Por eso también, es que planeé todo nuestro futuro, perfecto como vos, perfecto como todo lo que somos cuando estamos juntos.

Si bien no sé que nos depara el destino, puedo asegurarte que en donde sea que estés, te estoy amando, en este mismo momento, ahora, mientras leés esta carta. Andá corriendo a buscarme, porque estoy pensando en vos, porque sé que vas a leer esta carta cada tanto, y estoy seguro que te voy a seguir amando en ese momento también. Porque dura para siempre, lo nuestro es para siempre. Las cosas más hermosas del mundo, no tienen por qué terminarse.

Te amo, mi vida.

Rulo.

Un montón de cosas me pasaron por la cabeza, un montón de momentos llenos de una alegría que hace mucho que no sentía, una alegría pura, plena; aquellos helados a la salida de clases, esa vaquita de peluche que me regaló, todas las peleas que arreglaba con un beso largo y dulce, sus manos suavecitas acariciando mi pelo, su sonrisa en cada foto juntos, cuando me presentó a su mamá, a su papá, la primera vez que dormimos juntos y el beso en el cuello con el que me despertó, las cosquillas, todas las veces que él escuchaba mis dramáticos conflictos familiares, la merienda en la que le presenté a mis amigas, nuestro primer beso... Y me acordé de mi chico del Otoño, el que me esperaría dentro de una hora en el pub... ¿Qué estaba haciendo? No está nada bien tener un novio por tener, porque no es justo para él, no es justo para mí, no es justo para lo que la gente llama amor, lo desvaloriza, lo convierte en un sentimiento banal, algo tan insulso que pierde lo magnífico del amor, del noviazgo en su máxima expresión. Había algo en el chico del Otoño que no me enamoraba, y no podía mentirme así. No se puede. Quizás el destino tenga guardado un as para cuando todo esté peor. Sí, me convenzo que todo puede estar peor.

Me bañé, me perfumé. Ya no quería ponerme mi ropa de femme fatale. Tomé mis jeans, una camisa cuadrillé que me queda grande, una remera de los Beatles, zapatillas y un reloj. Alcé mi morral y salí al encuentro del Chico del Otoño.

Cuando llegué al pub, él no estaba. Hace cinco minutos debería estar. No solía ser impuntual, y le mandé un mensaje “¿Estás vivo?”. Cinco minutos más tarde, me llega su respuesta “Estaba en el hospital cuidando a mi abuela, voy para allá, llego en cinco minutos.
Tu nombre suena como libertad”. “¿Querés que lo pasemos para otro día? ¿Y eso es bueno? Jajajaja” Le contesté. “Sí, es bueno. Quedate ahí, ya llego.”. Tal cual, cinco minutos después lo estaba saludando. Besó ligeramente mis labios. Tenía sabor a durazno. Pidió una cerveza (la rubia debilidad de ambos) y nos pusimos a hablar. Hablábamos como amigos, nos reíamos, éramos naturales, espontáneos.

- Che, ¿Qué me querías decir?- me dijo mirándome con todo el encanto de sus ojos.

- Mirá, te iba a pedir que seamos novios, pero creo que es conveniente pedirte que seamos amigos.-Le tiré eso y mi gesto de reacción fue similar al de quien se ataja una bofeteada, así, como esperando lo peor.

- Jajajajaja, me estás jodiendo, ¿No?- Esta es la parte en la que yo me confundí.

- ¿Eh? No, de verdad, me parece que no vamos para ningún lado, y que no vale la pena, viste…

Me interrumpió diciendo

-Qué irónico. Yo hoy pensaba decirte que me encanta lo que tenemos, o teníamos, o no sé… Mirá me parece que sos una pendeja inmadura –Seguramente lo soy- que no sabés lo que es una relación normal –probablemente así sea-, que nunca tratás de llevarte bien con las personas, que hace lo que quiere, y que no merece que nadie la quiera de verdad.

-Epa, epa, epa, -le contesté, indignada- te fuiste de mambo. Mirá, ni se te ocurra volverme a faltar el respeto así, sin fundamentos. Me parece una caradurez que te presentes como el Señor Maduro. Pero ¿Sabés? Está buenísimo, ojalá a vos si te quieran así de careta como sos.

- Sos una pelotuda grosa, ¿eh? Pero muy pelotuda de verdad.

- ¡Cuánta educación! Au revoir.

Me levanté, dejé veinte pesos sobre la mesa y me esfumé de ese lugar. Confundida, mareada, y llena de bronca, me volví a casa, llevando conmigo a aquel cuerpo merecedor de un lugar en el placard. Quizás algún día lo olvide, hasta quizás decidimos reencontrarnos sin rencores. Por lo pronto queda bien, encaja justo, sí, ahí, en la esquina, junto a los demás.

martes, 28 de junio de 2011

Capítulo Cinco: Las cosas que no se ven (Parte I).


[Es un capítulo corto, cortísimo. Perdón, recién ayer tuve tiempo de sentarme a escribir un poco más. Apenas pueda subo la parte dos. ¡Disfrutá la lectura!]


***

¿Hay algo más triste que estar solo en
Invierno? Incluso creo que es peor
que estar solo en San Valentín.

***



Otoño.
Veíamos las hojas caer juntos, desde el banco verde musgo de una plaza. Nos gustaba pisarlas, oír cómo crujían, y ver cómo el viento las enroscaba en un remolino sonoro. A él le gustaba cómo se veían mis botas marrones pisando charcos, estanques viejos y tierra húmeda. A mí me gustaba su manera de tomar mi mano cada vez que había que dar un salto; me gustaba también la habilidad para reconocer y distinguir toda flora y fauna que se le cruzaba. Siempre aprendía algo. Ambos amábamos más esas tardes engalanadas con arcos de árboles amarillos y anaranjados que lo que nos queríamos el uno al otro.
El Otoño traía su mejor regalo y lo servía en bandeja de oro, invitándonos a gozar de sus maravillas. ¿Cómo negarme? Lo conocí, llegó como anillo al dedo, como flor natural a lápida vieja, así de maravilloso y sorprendente.
Mi jean viejo, suelto y desteñido, mi sobretodo abotonado negro, mis guantes de lana grises, y una bufanda ocre que él me prestó al ver que tenía frío, quedaban perfectamente mixados con su look. Él siempre tan sencillo, siempre tan natural, y yo me transformaba cuando lo veía. Sabía que era una persona buena y agradable. ¿Cuánto tiempo más duraría esto? A veces, al menos durante los 49 días que duró lo que sea que tuvimos, me lo preguntaba. Me preguntaba qué cosas le molestarían de mí, me preguntaba cómo hacía para que su pelo, negro, oscurísimo, siempre oliera a madera y pasto. Solía cuestionarme cosas sobre su pasado, cosas que evadía naturalmente. A veces tenía la duda de qué esperaba él de su futuro. Nunca lo supe. Su silencio calmaba mis palabras, y no me dejaba hablarle, era como si una voz ajena a mí, me dijera que no debía, que eso haría que él ya no quisiera verme... Y eso me helaba el corazón, como cuando su mirada bella, carbonosa y perfecta se encontraba con la mía, destellante de cariño e intriga, y me sugería con sólo abrir sus ojos, que escondía alguna raíz desagradable, como malos recuerdos, como una foto en blanco y negro, o saber vivo a alguien enterrado en un cajón. Entonces esquivaba estos cruces, y él me abrazaba, y todo volvía a la normalidad, volvía a acariciar su cuello, y volvía a pisar con la punta de mis botas marrones, sus zapatillas inmaculadamente blancas. No podía evitar quererlo como lo quise, de hecho, quizás lo quería menos de lo que debería haberlo querido. Había apostado con mis amigas, con mi hermana y con mi madrina que esta relación iba a perdurar, no sé cuanto, definitivamente no iba a ser eterno (él nunca fue el amor de mi vida), pero intentándolo, poniéndole mis mejores energías tal vez llegábamos al año y medio, o un poco más. ¿Cómo no estar entusiasmada? Era mi más precioso Otoño, nada era ni gris, ni rosa, era... hermoso.
Lo había conocido en un boliche, yo me acerqué a él. “Te bailaría una canción, pero entonces saldrías corriendo, y no atrás mío precisamente” Le dije. ¿Existe una manera más extraña de acercarse a alguien? La cuestión es que se rió, y su risa me hizo reir a mí. Me preguntó si yo era tan patadura como él, le contesté que sí. Le pregunté si fumaba, me dijo que sí, y le pedí que me acompañara a el patio del boliche a respirar un poco y a charlar, accedió y nos conocimos.





***





¿Cuál podría ser el problema entre ambos?
¿Por qué él, tan simpático y bueno, podría terminar en el placard?
¡No te lo vas a perder!

[Continuará...]

martes, 24 de mayo de 2011

Capítulo cuatro: De deseos y Primavera (Parte II)

Perdón por la demora de nuevo. Espero que les guste el final del cuarto capítulo. Quizás me demore un poco en escribir el quinto, porque apenas si lo empecé y ando con mil cosas en la cabeza. Llénense de buenos momentos. Enjoy yourself!


En el capítulo anterior:
“(...) Creo haber escuchado un “chau” escapándose de su boca. ¿Quién hubiese dicho que volvería a verlo?..”


Llegué a la casa de mi hermana, y, como es natural en mí, le lancé mi buche exagerado, como si hubiese conocido al amor de mi vida en la parada de un colectivo. Ella me preguntó si sabía su nombre, le dije que no, y ella se rió. Yo no; lo quería volver a encontrar, quería magia, quería otro panadero cumplidor que me diera pié a pedirle otro encuentro.
Esa noche había reunión de pizza, fernet y amigos en el departamento de mi hermana. Si alguien me preguntara, debería decirle que esas reuniones me dieron algunas de las mejores noches de mi vida.
Después de estar en esa mesa (¿Qué diría si hablara..?), jugando a algo en el que si perdés te tenés que tomar un vaso de bebida alcohólica, y si ganás... también; y después de entonarme entre risas, y de jactarnos con mi hermana de “no estar ebrias”, llegó el momento entretenido de la noche: El momento en que salimos de gira por todo el edificio a invitar a los vecinos a nuestra fiesta.
No alcanzamos a bajar al piso seis, que en el Siete “A”, ambas encabezando la caravana, caimos prácticamente afectadas por ver tanta belleza en la Tierra. Ahí estaba ese chico que tanto le gustaba a mi hermana, y estaba ahí, a su lado, ÉL, MI CHICO DEL COLECTIVO, ¡Él!
 ¡Aguuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu! -le grité a mi hermana que estaba a mi lado- ¡Es éeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeel!
 ¡Me estás jodiendo! -me dijo ella,
 No, boluda, ¡Es él! -Ambos nos miraban anonadados frente a aquella escena incómoda como pocas- Miralo, no puede ser, boluda.
Mi hermana se reía, miró a MI chico y le dijo:
– Flacooooouuu, ella dice que se enamoró de voooooooooouuuus –el chico se reía, yo miraba a mi hermana, prácticamente odiando esa confesión espantosa- te conoció en el colectivo, dale bola, mirá, mirá como te mira -AAAAAAAAAAAAY, qué horror, no, no, por favor, hermana de mi corazón, callate-.
– Jajajajaja -él se reía, no sabíamos si de mí, de la borrachera, de la situación patética, o de qué, pero se reía- jajajajaja -por Dios, su sonrisa es hermosa- Jajaja, chicas, somos gays.
– Jajajajajajajajajajaja -Mi hermana y yo nos reíamos esperando que ellos también se rieran, y que todo fuera una broma de mal gusto. Ellos nos miraron sin entender mucho, yo miré a “mi” chico, después a mi hermana, después a las zapatillas del chico de mi hermana, después la muñequera con los colores del arcoiris que tenía mi chico en su brazo izquierdo. Mi hermana me miró también. Todo el frenetismo se había esfumado. Los demás amigos de mi hermana, hace rato se habían ido al departamento a seguir tomando cerveza helada.
Charlamos un poco con los vecinos, resultaron ser amorosísimos. Decidimos dejarlos solos, y sentarnos ambas en un escalón. Con la cabeza de mi hermana apoyada en mi hombro, y mi brazo rodeándola, le dije:
– Es que es así, mi negra, o son amargos, con mal gusto y heterosexuales; o son divertidos, simpáticos, copados, elegantes, sexys y gays. Quizás lleguemos a un acuerdo y nos casemos con un bisexual, O-JA-LÁ.
– Dios mío – me contestó- Capaz algún día vayamos a entender lo inservible que es enamorarse, y dejemos de intentarlo.
– Ojalá algún día lo intentemos de verdad.

***

Sin reproches en absoluto, no confundamos. Actualmente ambos son muy buenos amigos nuestros. Obviamente, como candidatos, están en un Placard del que no los puedo sacar, y al que yo no los obligué a entrar.

Mis buenos deseos a ambos, ¡Gracias por dejarme publicar nuestra historia!
Gracias también a la belleza que lleva mi sangre,
Te amo hermana, brindo por más de nuestros momentos juntas.



[Próximo capítulo: Globalización amorosa]

lunes, 16 de mayo de 2011

Capítulo Cuatro: De deseos y Primavera (Parte I).

***

Si alguna vez deseé a alguien, entonces fue a él. Si alguna vez me temblaron las manos, entonces fue por él. Nunca voy a olvidar el tramado en sus ojos marrones, casi como la corteza de un árbol. Tampoco voy a olvidar que las Primaveras traen amores, desamores, encuentros y desencuentros.

Aquella Primavera tuvo el honor de regalarme entre sus fragancias, un terrón de azúcar rancio, una flor a medio pudrir y a él, que se ocultaba del Sol, casi como si éste le diera alergia. La hipocondría se había apoderado de todas y cada una de sus células: Alergia al polen, alergia a los lácteos, alergia al chocolate, alergia a la alergia en sí.

Sin embargo su extraña soledad, sus manos grandes y ásperas, su aliento a gomitas frutales, su sonrisa desorientada, su extraña manera de tomar el colectivo, su fanatismo por el teatro y su seriedad incluso al reirse, me atraparon por completo. Cualquier persona que me conociera, sabría en qué terminó esta historia.

Si es que de esta vida aprendí algo, él, sin saberlo, fue mi gran Maestro. Aprendí a perseverar, aprendí a querer, y a callar.

***

En la segunda semana de la Primavera, decidí juntarme con mi hermana, que hacía tiempo no la veía. La parada del colectivo que me llevaría me quedaba a varias cuadras. Alcé mi cartera, algo de plata, dos cospeles y me fui.

En la parada fue cuando lo ví, era atrapante. Me dejaba suspendida en el tiempo y el espacio, en una nada miserable y confusa, desoladamente alegre. Me esquivó con la mirada para evitar la incomodidad que se siente al cruzar la vista entre desconocidos, y al darme cuenta de esto, me incorporé velozmente. Vi pasar un panadero e hice un movimiento algo precipitado para obtenerlo. Pido los tres deseos: Que me hable, que me hable, que me hable.

- Che, ¿Tenés hora? -me dijo-.

- Sí, sí, bancame dos segundos -(¿Dónde carajo está el celular?)- Ay, me olvidé el celular, disculpame...

- No hay problema, lo que pasa es que mi celular se reseteó y tiene cualquier hora, ja, ja.

- Uy, qué bajón, habría que usar más relojes...-¿Qué le dije? ¿Qué tenía que ver? No sé, pero que sonrió, sonrió- No te los roban y no se resetean-.

- Tenés razón, pero no me quedan bien, porque tengo las muñecas muy grandes.

- Entonces rogá que no se te resetee más el celular nomás, ja, ja, ja.

Tomamos el mismo colectivo, pero él se fué hacia el fondo, y y, por respeto a mi dignidad, me quedé en el medio, parada, porque venía llenísimo, y lo perdí de vista. Media hora después cuando aprieto el timbre para bajarme, lo volví a ver, le sonreí, y creo haber escuchado un “chau” escapándose de su boca.

¿Quién hubiese dicho que volvería a verlo? ¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿POR QUÉ?

¡No te pierdas la segunda parte!

jueves, 12 de mayo de 2011

Capítulo tres: Química biológica.

Dejo este capítulo, es casi como un extra.
Espero que les guste como los anteriores.
Otra vez, muchísimas gracias por el apoyo.
Realmente así vale la pena seguir.


***

Siempre creí que como seres humanos que somos, compuestos de células de todo tipo, sentimos química hacia otros seres humanos. También doy fé de que esa química se encuentra en las ya mencionadas células. Es una yapa que arrastramos desde que nacemos, (y de la que no nos podemos desprender) hasta que terminamos en un cajón, o por qué no, en un placard.

***

Distintos tipos de desencuentros celulares que descubrí a lo largo de casi diceiocho años de vida:



Desencuentro del tipo “ND-ND” (No da - No da)

Ejemplo: Fragmento de una conversación de Messenger con “Piru”*:

Membrilla dice: Hoooola Piru, ¿Cómo andás?

Piru dice: Hola, yo bien, ¿Y vos?

Membrilla dice: Bien, bien, acá ando, haciendo unas cosas de Teatro.

Piru dice: Sí, sí, me enteré de que andabas en algo.

Membrilla: Si lo decís así parece que vendiera droga.

Piru dice: Ja.

Membrilla ha bloqueado a Piru. Y bloquear es enviar digitalmente a alguien al placard.



Desencuentro del tipo “MT-IP” (Molesta Tacaña-Intolerante Pobre)

Ejemplo: Recreo con Luci*.

Luci dice: Eh, Membri, ¿Me comprás?

Membrilla dice: Dale.

Luci dice: Una Coca-Cola, unos chizitos, tres alfajores y dos juguitos congelados.

Membrilla dice: ¿Está justo?

Luci dice: No, faltan veinticinco centavos, creo.

Membrilla dice: ¿Y de dónde los vas a sacar? ¿Los cagás?

Luci dice: No, prestamelos “porfa”.

Membrilla dice: Boluda no tengo plata, no me jodás, andá a pedirle a alguien.

Luci dice: Ah dale, si tenés, no seas rata.

Membrilla: Desde cuándo soy rata yo, la puta madre, tengo de pedo para un criollo, asique andá a hacer algo por la humanidad y pedile veinticinco centavos al Papa.

Luci dice: Bueno, entonces no me comprés los juguitos.

Membrilla dice (mientras sale de la fila): Ahora no me rompás más las pelotas, hacé la cola vos, yo ya no quiero comprarme nada

Luci dice: ¿Te enojaste?

Membrilla dice: No, me secaste.

Luci dice: O sea que te enojaste.

Membrilla dice: ¡Callate, por favor!

AAAAAAAAAAAY, perdí la cordura ese día, la pierdo a diario, con su vocecita bajita y su tonito de desentendida. ¡Al placard, lechuga sin sal!



Desencuentro del tipo “TQ-TI” (Te Quiere – Te ignora).

Ejemplo: Cartas anónimas (y las cito textualmente) de cumpleaños que recibí en el 2010.

A) Desconocida y con muchos errores de ortografía:

Membri!!!!!!!!!!

Ei amiigaaaaaa, feliiiz cumpleeeeee, te quiero mucho che, grasias por aver estado el otro dia. Sos rre buena mina che. Cuidate y pasala re re re bien. Si haces fiesta inbita no seas ortiba.

Imaginándome a ésta persona:

Estatura media, la rompepelotas del curso, la densa, la que te provoca tener malas actitudes hacia ella, vestida exactamente igual a la más top de las chicas que conoce, sólo que ésta lleva el look sin actitud alguna.

B) Fuera de moda y completamente horrendo:

QuE lOs CuMpLaS fElIz,

QuE lOs CuMpLa$ fElIz,

QuE lOs CuMpLaS mEmBriLlAhH,*~~

QuE lO$ CuMpLaS fElIz...

lOkaH, tEe KiErO uNa BoChAs$ahH & KnTaS kNmIgOh PaRa TdO!*. LaaH TuuRriItAhHh... VsS SavEes.

Imaginándome a ésta persona:

Con un lomazo, pero cara de desgraciada, el pelo a la miseria, un short que deja ver más de lo que debería, y una remera rosa chicle que no deja mucho lugar a la imaginación, ya que muestra absolutamente todo.

C) Amigacha “X”:

Te re amo amiga, sos lo mejor que me pasó en la vida amiga, espero que estemos siempre juntas porque nadie nunca va a poder hacerme reir tanto como vos. Feliz cumpleaños amiga. Te amo amiga, amigas por siempre, pasalo lindo amiga.

Imaginándome a ésta persona:

Bajita y tímida, con una remera con una estampa que revela algo como “I'm a Queen”, jeans holgados y guillerminas negras impecables.

***

Dios mío. En los tres casos, las personas involucradas tienen reservado su lugar en el Placard. Y en el último desencuentro, por si se preguntan quiénes son: Nunca lo supe, pero los tres desconocidos tienen como patria mi Placard, vacío, inmaculado, pero sin embargo ellos se han apropiados por completo de él, por una cuestión que es ajena a mí: Algo de química biológica, ¿Por qué no?

*Los apodos son completamente ficticios. Cualquier similitud o coincidencia con la realidad son pura casualidad. (Creo).

martes, 10 de mayo de 2011

Capítulo dos: Cuestiones de Videojuegos, (Parte II y III)

A todos mis lectores, a mis fabulosas lectoras, MIL DISCULPAS POR LA DEMORA. Acá lo subo, saludos. Y mil gracias por todo.


***

En el capítulo anterior:
(...)“Volví a mi casa, entusiasmada por haberlo conocido: Simpático, de gestos graciosos, su aire porteño y ese toque nerdie que siempre me agradó.”

Acababa de terminar con una relación, ¿Era necesario sentir de nuevo esa oruga estomacal que te hace volver a buscar un amor? No, realmente no. Pero en el fondo, sabía que quería. Sabía que aunque no quisiera, estaba más que escrito: lo iba a volver a ver, iba a preguntarle si tenía novia, si estudiaba algo o le interesaba algo, de qué signo era, qué le gusta hacer en su tiempo libre, qué música escucha (aunque ya me lo figuraba al estilo Green Day, o quizás algo más como Pink Floyd, o incluso The Beatles)... Y la prueba de fuego: Sacaría el tema de la homosexualidad, y eso haría que me gustara con locura o que me desagradara por completo.


***

Esa misma noche me mandó un mensaje:
“Técnico: 153 225781. Mañana te veo de nuevo, verdad?”
Sí, por amor al Cielo, sí, sí, sí, obvio que voy, voy y me quedo todo el día con vos, SÍ.
Le contesté:
“Genial, ya lo agendé. Si tengo un ratito me llego al Ciber.”
Tenía todos los ratitos del mundo, todos para él.

Fui, tal como había planeado, con mi ropa de “Es un buen día, día de éxito”: Jeans negros, ni muy ajustados ni muy sueltos. Remera verde militar con moño negro, que se parece bastante a mi actitud positiva frente a la vida (al menos cuando la tengo), zapatillas verdes con abrojo, cartera de charol negra y saco vintage de lana gris, el mismo que uso cada vez que necesito compañía de cualquier tipo.
Ésta vez, él salió del mostrador para darme un beso. Apenas se acercó noté su perfume, exquisito, maravilloso, digno de ser olido. Tenía el pelo despeinado, hermosamente despeinado. Una camisa roja a cuadros, unos jeans geniales y zapatillas Converse. Dios mío, casi tuve que contener mi saliva para que no cayera por la comisura de mis labios. Era muy lindo y, ahora que lo veía a la luz del Sol de la tarde, podía pensar que era tan bello que se me haría imposible acercarme a esa boca sin apelar al secuestro.
El Ciber estaba vacío, me dijo que a esa hora, los Lunes nunca iba nadie, y me convidó su Coca-Cola dirigiéndome hacia la puerta, íbamos a sentarnos en la verja de la vereda del Ciber, a conversar un poco. Y acá vino el cuestionario.
Resultó que empezamos con el pié izquierdo: Tenía novia y, como siempre, dijo que “Está todo mal y ya no la quiero”... Sea como sea, él ya tenía compañía al lado, y no creo que cambiara a su novia actual, aunque habláramos de una perra arpía, por lo yo que soy, lo que era, o lo que quedaba de mí en ese entonces. Ya había perdido el interés en él, pero por cuestiones de etiqueta, seguí escuchándolo.
Estudiaba diseño gráfico, tenía 19 años, era de Virgo. Amaba cocinar, ver películas (sobre todo Star Wars). Amaba The Beatles, pero también a Michael Jackson y a tantos otros a los que mi conocimiento se mantiene ajeno... ¿Había un ser más fantásticamente hecho para mí en este mundo? Todavía me lo pregunto, y espero que ese ser ALGÚN DÍA SE DIGNE A LLEGAR A MÍ.
La conversación terminó en cuanto decidí que ya no había más nada que hacer, y el encanto se le fué por completo cuando citó dos veces a Shakespeare: Un fragmento de Hamlet, y uno de Romeo y Julieta. Espantoso, really frightening. Me despedí con un beso y con la excusa que se me hacía tarde para... ¿Ir a buscar a mi primita al jardín? Por Dios, ¡Qué mentira horrenda! Nunca supe a dónde era el jardincito de porquería de mi prima, ni me interesa en absoluto.


***

(Parte III, y última)

(...) “El encanto se le fue por completo cuando citó dos veces a Shakespeare: Un fragmento de Hamlet, y uno de Romeo y Julieta. Espantoso, really frightening.”

Vía Messenger, él me invitó al cine, me dijo que era interesante, que tenía una sonrisa hermosa, que quería verme algún día afuera del trabajo... Y ya me figuraba la idea de él sentado a mi derecha, y su novia, la perra arpía a mi izquierda, sacando del tacho del pururú los granos duros y arrojándoselos a su novio. No, no puedo. Me supera.

Llamé a mi mejor amiga:
– Che Aye, soy yo... -Ni siquiera había formulado qué decirle, solamente tenía ganas de escuchar una opinión-.
– ¡Mejorci! -con su cálido saludo se me calmaron las ansias-.
– Hola, mi amor, ¿Cómo andás?.
– Bien, bien, mi vida -Por Dios, nunca nadie fué tan cariñoso conmigo como ella-. ¿Qué pasa?
– ¿Viste ese chico del Ciber del que te hablé? -creo que mi voz temblaba un poco-.
– Sí, sí, el Maestro Yoda...
– Ja, ja, che, ¡No le digas así!
– ¿Te hizo algo?
– No, no, me invitó al cine.
– Ah, pero entonces es un estúpido.
– ¿Eh? -realmente me sorprendió su respuesta, ¿Qué culpa tenía el Maestro Yoda de tener novia?- Pobrecito, todo bien con él.
– Sí, pero digo, él tiene novia... -ella hizo una pausa y prosiguió- y bien que anda de trampas...
– ¡Cuack! ¿Qué trampas? ¡Nada que ver!
– En fin, yo en tu lugar no le contestaría más, es un salame.
– Ja, ja, ja, pero está re fuerte, boluda -típica, tipiquísima respuesta mía. Me quedé pensando mientras me daba mil razones por las que no tenía por qué seguir con ésto- ¿Sabés que? Tenés razón.
Aye siempre tiene razón, es una chica sabia, racional, simpática y con el corazón más puro del mundo: Un combo que me cae como anillo al dedo.

***

Buzón de mensajes de mi celular:
1) Maestro Yoda: Membrilla, no te vi más, ¿Todo bien?
2) Papá: ¿A qué hora te volvés?
3) Maestro Yoda: ¿Hice algo que te jodiera, o no tenés crédito?
4) Maestro Yoda (Cinco minutos después): Veo que hice algo, me eliminaste del mail.
5) Maestro Yoda: Pensé que habíamos pegado onda...
(¡Sí, la misma onda que te pegaría en la frente a vos y a tu Perra Arpía!)
6) Maestro Yoda: Ni me voy a hacer mala sangre por vos.
7) Enque: Membri, ¿Nos vemos en Buen Pastor?
8) Maestro Yoda: Bueno, te hacés la exquisita, sos una tarada, nena, no sé qué pretendés, estás loca, tenés un problema serio de decisión, andate a la mierda vos y el plan del cine.

Ah bueeeeeeeeeeeeno. Ah bueno. Chau Maestro Yoda, señorito Buena Sangre, te veo en el Placard, hacete amigo, sociabilizá ahí adentro, que está saturado de inútiles como vos. Espero verte antes de que te coman las polillas.
Con el record por la entrada más violenta (vía patadón), pasó a ser un muerto en el placard... Un chico con novia, con ganas de jugar un poco y bochado por primera vez en su vida. Es difícil, y cuesta darse cuenta. Algunas personas funcionan mejor estando solas. Otras personas prefieren funcionar en conjunto, de a dos. Y hay otro grupo de personas, espero que sean minoría, y son aquellas que... Simplemente no funcionan.

miércoles, 27 de abril de 2011

Capítulo dos: Cuestiones de Videojuegos, (Parte I*)

A Enque, a Narchu, por un apoyo más que valioso,

y su amistad de reputísima madre. Gracias.


***

A pesar de que como lector o lectora de este blog apenas conocés a un muerto (Chaparro, del capítulo uno) desde mucho antes, ya había empezado a coleccionar cadáveresEnlace, apilándolos al mejor estilo Tetris para que no me faltara lugar. Ya me comía insultos, problemas, lágrimas y mi valentía como un Pacman. Y como buen Mario Bros... ¿Usaba un gorrito rojo? Yo no. Pero él sí. Créase o no, él tenía el gorrito de Mario Bros. Y me dijo que cuando me vió supo que yo era para él. Y le pregunté por qué. (¡Quién me manda a mí, carajo!).


***

Cuando nos conocimos:


El día que -como diría él- “Nuestros cosmos se encontraron” (aclaro que el único “Cosmo” que me interesa termina con “Politan” y es una revista genial), yo estaba angustiada, con siete pesos en el bolsillo (los últimos suspiros de mi mesada), con el flequillo acomodado con un clip espatoso que sugería que se acercaba el fin del Mundo, una remera gris que me queda inmensa, con estampado de Fantasmitas de Pacman en rosa y naranja flúor, unos jeans que no favorecen a nadie, y mis Pony fucsias que tienen más vida que mi bisabuela. Con ese look de soltera resignada que decía “NO ME MIRES, NO ME HABLES, NO QUIERO SABER MÁS NADA CON NADIE”, y mi anillo dorado de “Casada” con mi reciente Ex (que no me lo sacaba para negar la realidad hasta que se me pasara la depresión) me imaginé si los demás notarían lo que pasaba, y pensé también que hacía mucho tiempo que no estaba así: Triste, desamparada, sucia, más gorda de lo habitual, sin cuidado alguno y con mi mayor motivación caída: La computadora rota.

Por inercia arrastré mis pies hasta el Ciber más cercano, y ahí estaba él, detrás del mostrador, encorbado hacia el teclado, con una remera negra que decía YODA, que realmente me agradaba, unos anteojos de medio marco a los que les faltaba algo de actitud, y ví que tenía puestos jeans claros pero no alcancé a verle el calzado.

  • ¿Tenés máquina libre? -Le dije, con tono de desgano y la lengua empastada-.

  • Sí, pasá por la dos -Su voz era tranquila, y tenía cierta tonada porteña que me fascinó-.

Pasaron tres horas desde que me amoldé al asiento incómodo del Ciber hasta que me digné a levantarme.

  • Listo, ya está, ¿Cuánto es? -le dije-.

  • Seis pesos -me dijo sonriendo, pero sin mirarme a los ojos. Se hizo una pausa mientras buscaba en mi billetera la plata justa- Emmm... ¿Venís seguido acá?

  • No, no, realmente es la segunda vez que vengo, porque se me rompió la computadora -noté que mi mirada retomaba la depresión que significa tener roto mi equipo-.

  • Ah, un amigo mío hace Service, si te interesa -levantó la vista, y noté que sus ojos eran del mismo tono miel que su pelo-.

  • Sí, estaría buenísimo, ¿Tenés su número?.

  • Mmm, no, pero dame el tuyo y yo te mando un mensaje cuando llegue a mi casa y lo saque de mi celular anterior.

  • Em, sí... -me vió dudar. No lo culpo, fuí muy obvia. Le dí mi número anotándolo en un papelito con mi mejor letra, abajo escribí Membrilla y por una especie de fuerza sobrenatural, escribí también mi mail-.

  • Gracias... ¿Membrilla? -me miró con la misma expresión que todos hacen cuando menciono mi seudónimo: Una mezcla de sonrisa y asombro-.

  • Ja, ja, sí, Membrilla, así me dicen... Ya me tengo que ir, chau, capaz que mi adicción a internet me traiga hasta acá mañana.

  • Mañana trabajo acá desde las cuatro hasta las diez -sentí que me ponía colorada, y aún no me lo explico-.

  • Buenísimo, hasta mañana entonces... -le dije sonriendo y sintiéndome un poco más bella-.

Volví a mi casa, entusiasmada por haberlo conocido: Simpático, de gestos graciosos, su aire porteño y ese toque “nerdie” que siempre me agradó.

¿Sería yo capaz de simpatizarle a un chico como él? ¿Alguna vez aunque sea podría acercarme, conocerlo o llegar a gustarle? ¿Por qué iba a hablarme? ¿Qué podría ver él en mí?

[Continuará...]

*Por la extensión de este capítulo, lo subdividí en tres partes, espero lo disfruten, y muchísimas gracias por el apoyo.