***
Nos habíamos acostumbrado a olfatearnos, nos veíamos casi tan a menudo, que podría haber notado que se le había caído una pestaña. Creí que estaba funcionando, creí que ya era hora de avanzar, creí en eso... Digo, a veces el título de “novio” o “novia” revive algunas cosas.
Ese día salí de mi casa, con esperanza de verlo, de decirle que la monotonía de nuestra relación tenía una simple solución: Formalizar. Se lo iba a decir así, sin vueltas, sin palabras de más. “Tengo muchas ganas de decirte algo” le envié por mensaje. “¿Estás embarazada? Jajajaja” me contestó burlándose de mi inmaculada elección. “Del Espíritu Santo, ¿Cómo sabías? El Ángel Gabriel es más metido...” Le dije. “Jaja, la verdad :P ¿Qué pasa?”. “Nos veamos esta noche en el pub de la esquina, ¿Dale?”. “Dale, besos”.
Esa noche me propuse vestirme para matar (sin olvidar, claro, que íbamos a un pub, no a una cena con la Reina de Inglaterra). Abrí las puertas de mi placard y saqué mi jean negro y mi blusa de gasa y broderie. Me proponía a buscar del fondo de mi armario mis zapatos con taco y moño en la punta, cuando la vi. Sí, de entre los espíritus que esconde ese extraño mueble, se asomaba, iluminada, celestial, y desbordante de melancolía, la carta. La primera carta de amor que recibí, la primera, de mi primer amor, de mi Ruludo dulce y tierno, aquel que nunca pude encerrar junto con los demás. Su carta se hacía presente ante mí como un mensaje del más allá, como una incógnita eterna, con una intriga paranormal que llegaba para quedarse. Mis rodillas cayeron al suelo, no pudo ser de otra manera. Un ser, ajeno a mí, pero que habita en mi cuerpo, la alzó, la abrió, y obligó a mis ojos a que leyeran.
Membrilla, mi amor:
¡Hola! ¿Te sorprendió mi regalo? Encontré al panda en un local de golosinas, y pensé en regalártelo. Tiene una cara muy dulce, como la tuya. O como la mía si te miro. O como la de la panda si mira al pando. Jajajaja, perdón, sabés que no puedo evitar escribir cosas sin sentido. Bueno, esperá, ahí me concentro.
¿Te acordás cuando te conocí, que nos reímos de ese tacho de basura? ¿Y cuando, después de varios años, te dije que me gustabas, y me contestaste que vos también? Sí, cuando decidimos ponernos de novios. Yo ya te amaba desde antes. De hecho, te amaba desde antes de conocerte. Cada vez que alguien me preguntaba cómo sería la mujer de mis sueños, te describía. Sí, así, sarcástica, directa, inteligente, simpática, inquieta, molesta, charlatana, expresiva, sí, así como sos. Y apenas te vi supe que eras vos, y supongo que eso es el verdadero amor. Supongo también que se trata de un flechazo que dure (¡Vamos un mes y ocho días!), y supongo que mi papá tenía razón cuando decía “Te tienen que gustar todas sus virtudes, pero tenés que amar cada uno de sus defectos”. Y defectos, tenés un montón (no tanto como yo, por supuesto) pero todos son perfectos, cada uno de ellos son una obra de arte, una maravilla digna de ser contemplada y admirada. Por eso es que te amo. Por eso es que voy a amarte siempre. Por eso es que vale la pena todo lo que te digo. Por eso también, es que planeé todo nuestro futuro, perfecto como vos, perfecto como todo lo que somos cuando estamos juntos.
Si bien no sé que nos depara el destino, puedo asegurarte que en donde sea que estés, te estoy amando, en este mismo momento, ahora, mientras leés esta carta. Andá corriendo a buscarme, porque estoy pensando en vos, porque sé que vas a leer esta carta cada tanto, y estoy seguro que te voy a seguir amando en ese momento también. Porque dura para siempre, lo nuestro es para siempre. Las cosas más hermosas del mundo, no tienen por qué terminarse.
Te amo, mi vida.
Rulo.
Un montón de cosas me pasaron por la cabeza, un montón de momentos llenos de una alegría que hace mucho que no sentía, una alegría pura, plena; aquellos helados a la salida de clases, esa vaquita de peluche que me regaló, todas las peleas que arreglaba con un beso largo y dulce, sus manos suavecitas acariciando mi pelo, su sonrisa en cada foto juntos, cuando me presentó a su mamá, a su papá, la primera vez que dormimos juntos y el beso en el cuello con el que me despertó, las cosquillas, todas las veces que él escuchaba mis dramáticos conflictos familiares, la merienda en la que le presenté a mis amigas, nuestro primer beso... Y me acordé de mi chico del Otoño, el que me esperaría dentro de una hora en el pub... ¿Qué estaba haciendo? No está nada bien tener un novio por tener, porque no es justo para él, no es justo para mí, no es justo para lo que la gente llama amor, lo desvaloriza, lo convierte en un sentimiento banal, algo tan insulso que pierde lo magnífico del amor, del noviazgo en su máxima expresión. Había algo en el chico del Otoño que no me enamoraba, y no podía mentirme así. No se puede. Quizás el destino tenga guardado un as para cuando todo esté peor. Sí, me convenzo que todo puede estar peor.
Me bañé, me perfumé. Ya no quería ponerme mi ropa de femme fatale. Tomé mis jeans, una camisa cuadrillé que me queda grande, una remera de los Beatles, zapatillas y un reloj. Alcé mi morral y salí al encuentro del Chico del Otoño.
Cuando llegué al pub, él no estaba. Hace cinco minutos debería estar. No solía ser impuntual, y le mandé un mensaje “¿Estás vivo?”. Cinco minutos más tarde, me llega su respuesta “Estaba en el hospital cuidando a mi abuela, voy para allá, llego en cinco minutos.
Tu nombre suena como libertad”. “¿Querés que lo pasemos para otro día? ¿Y eso es bueno? Jajajaja” Le contesté. “Sí, es bueno. Quedate ahí, ya llego.”. Tal cual, cinco minutos después lo estaba saludando. Besó ligeramente mis labios. Tenía sabor a durazno. Pidió una cerveza (la rubia debilidad de ambos) y nos pusimos a hablar. Hablábamos como amigos, nos reíamos, éramos naturales, espontáneos.
- Che, ¿Qué me querías decir?- me dijo mirándome con todo el encanto de sus ojos.
- Mirá, te iba a pedir que seamos novios, pero creo que es conveniente pedirte que seamos amigos.-Le tiré eso y mi gesto de reacción fue similar al de quien se ataja una bofeteada, así, como esperando lo peor.
- Jajajajaja, me estás jodiendo, ¿No?- Esta es la parte en la que yo me confundí.
- ¿Eh? No, de verdad, me parece que no vamos para ningún lado, y que no vale la pena, viste…
Me interrumpió diciendo
-Qué irónico. Yo hoy pensaba decirte que me encanta lo que tenemos, o teníamos, o no sé… Mirá me parece que sos una pendeja inmadura –Seguramente lo soy- que no sabés lo que es una relación normal –probablemente así sea-, que nunca tratás de llevarte bien con las personas, que hace lo que quiere, y que no merece que nadie la quiera de verdad.
-Epa, epa, epa, -le contesté, indignada- te fuiste de mambo. Mirá, ni se te ocurra volverme a faltar el respeto así, sin fundamentos. Me parece una caradurez que te presentes como el Señor Maduro. Pero ¿Sabés? Está buenísimo, ojalá a vos si te quieran así de careta como sos.
- Sos una pelotuda grosa, ¿eh? Pero muy pelotuda de verdad.
- ¡Cuánta educación! Au revoir.
Me levanté, dejé veinte pesos sobre la mesa y me esfumé de ese lugar. Confundida, mareada, y llena de bronca, me volví a casa, llevando conmigo a aquel cuerpo merecedor de un lugar en el placard. Quizás algún día lo olvide, hasta quizás decidimos reencontrarnos sin rencores. Por lo pronto queda bien, encaja justo, sí, ahí, en la esquina, junto a los demás.