lunes, 16 de mayo de 2011

Capítulo Cuatro: De deseos y Primavera (Parte I).

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Si alguna vez deseé a alguien, entonces fue a él. Si alguna vez me temblaron las manos, entonces fue por él. Nunca voy a olvidar el tramado en sus ojos marrones, casi como la corteza de un árbol. Tampoco voy a olvidar que las Primaveras traen amores, desamores, encuentros y desencuentros.

Aquella Primavera tuvo el honor de regalarme entre sus fragancias, un terrón de azúcar rancio, una flor a medio pudrir y a él, que se ocultaba del Sol, casi como si éste le diera alergia. La hipocondría se había apoderado de todas y cada una de sus células: Alergia al polen, alergia a los lácteos, alergia al chocolate, alergia a la alergia en sí.

Sin embargo su extraña soledad, sus manos grandes y ásperas, su aliento a gomitas frutales, su sonrisa desorientada, su extraña manera de tomar el colectivo, su fanatismo por el teatro y su seriedad incluso al reirse, me atraparon por completo. Cualquier persona que me conociera, sabría en qué terminó esta historia.

Si es que de esta vida aprendí algo, él, sin saberlo, fue mi gran Maestro. Aprendí a perseverar, aprendí a querer, y a callar.

***

En la segunda semana de la Primavera, decidí juntarme con mi hermana, que hacía tiempo no la veía. La parada del colectivo que me llevaría me quedaba a varias cuadras. Alcé mi cartera, algo de plata, dos cospeles y me fui.

En la parada fue cuando lo ví, era atrapante. Me dejaba suspendida en el tiempo y el espacio, en una nada miserable y confusa, desoladamente alegre. Me esquivó con la mirada para evitar la incomodidad que se siente al cruzar la vista entre desconocidos, y al darme cuenta de esto, me incorporé velozmente. Vi pasar un panadero e hice un movimiento algo precipitado para obtenerlo. Pido los tres deseos: Que me hable, que me hable, que me hable.

- Che, ¿Tenés hora? -me dijo-.

- Sí, sí, bancame dos segundos -(¿Dónde carajo está el celular?)- Ay, me olvidé el celular, disculpame...

- No hay problema, lo que pasa es que mi celular se reseteó y tiene cualquier hora, ja, ja.

- Uy, qué bajón, habría que usar más relojes...-¿Qué le dije? ¿Qué tenía que ver? No sé, pero que sonrió, sonrió- No te los roban y no se resetean-.

- Tenés razón, pero no me quedan bien, porque tengo las muñecas muy grandes.

- Entonces rogá que no se te resetee más el celular nomás, ja, ja, ja.

Tomamos el mismo colectivo, pero él se fué hacia el fondo, y y, por respeto a mi dignidad, me quedé en el medio, parada, porque venía llenísimo, y lo perdí de vista. Media hora después cuando aprieto el timbre para bajarme, lo volví a ver, le sonreí, y creo haber escuchado un “chau” escapándose de su boca.

¿Quién hubiese dicho que volvería a verlo? ¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿POR QUÉ?

¡No te pierdas la segunda parte!

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