A Enque, a Narchu, por un apoyo más que valioso,
y su amistad de reputísima madre. Gracias.
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A pesar de que como lector o lectora de este blog apenas conocés a un muerto (Chaparro, del capítulo uno) desde mucho antes, ya había empezado a coleccionar cadáveres, apilándolos al mejor estilo Tetris para que no me faltara lugar. Ya me comía insultos, problemas, lágrimas y mi valentía como un Pacman. Y como buen Mario Bros... ¿Usaba un gorrito rojo? Yo no. Pero él sí. Créase o no, él tenía el gorrito de Mario Bros. Y me dijo que cuando me vió supo que yo era para él. Y le pregunté por qué. (¡Quién me manda a mí, carajo!).
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Cuando nos conocimos:
El día que -como diría él- “Nuestros cosmos se encontraron” (aclaro que el único “Cosmo” que me interesa termina con “Politan” y es una revista genial), yo estaba angustiada, con siete pesos en el bolsillo (los últimos suspiros de mi mesada), con el flequillo acomodado con un clip espatoso que sugería que se acercaba el fin del Mundo, una remera gris que me queda inmensa, con estampado de Fantasmitas de Pacman en rosa y naranja flúor, unos jeans que no favorecen a nadie, y mis Pony fucsias que tienen más vida que mi bisabuela. Con ese look de soltera resignada que decía “NO ME MIRES, NO ME HABLES, NO QUIERO SABER MÁS NADA CON NADIE”, y mi anillo dorado de “Casada” con mi reciente Ex (que no me lo sacaba para negar la realidad hasta que se me pasara la depresión) me imaginé si los demás notarían lo que pasaba, y pensé también que hacía mucho tiempo que no estaba así: Triste, desamparada, sucia, más gorda de lo habitual, sin cuidado alguno y con mi mayor motivación caída: La computadora rota.
Por inercia arrastré mis pies hasta el Ciber más cercano, y ahí estaba él, detrás del mostrador, encorbado hacia el teclado, con una remera negra que decía YODA, que realmente me agradaba, unos anteojos de medio marco a los que les faltaba algo de actitud, y ví que tenía puestos jeans claros pero no alcancé a verle el calzado.
¿Tenés máquina libre? -Le dije, con tono de desgano y la lengua empastada-.
Sí, pasá por la dos -Su voz era tranquila, y tenía cierta tonada porteña que me fascinó-.
Pasaron tres horas desde que me amoldé al asiento incómodo del Ciber hasta que me digné a levantarme.
Listo, ya está, ¿Cuánto es? -le dije-.
Seis pesos -me dijo sonriendo, pero sin mirarme a los ojos. Se hizo una pausa mientras buscaba en mi billetera la plata justa- Emmm... ¿Venís seguido acá?
No, no, realmente es la segunda vez que vengo, porque se me rompió la computadora -noté que mi mirada retomaba la depresión que significa tener roto mi equipo-.
Ah, un amigo mío hace Service, si te interesa -levantó la vista, y noté que sus ojos eran del mismo tono miel que su pelo-.
Sí, estaría buenísimo, ¿Tenés su número?.
Mmm, no, pero dame el tuyo y yo te mando un mensaje cuando llegue a mi casa y lo saque de mi celular anterior.
Em, sí... -me vió dudar. No lo culpo, fuí muy obvia. Le dí mi número anotándolo en un papelito con mi mejor letra, abajo escribí Membrilla y por una especie de fuerza sobrenatural, escribí también mi mail-.
Gracias... ¿Membrilla? -me miró con la misma expresión que todos hacen cuando menciono mi seudónimo: Una mezcla de sonrisa y asombro-.
Ja, ja, sí, Membrilla, así me dicen... Ya me tengo que ir, chau, capaz que mi adicción a internet me traiga hasta acá mañana.
Mañana trabajo acá desde las cuatro hasta las diez -sentí que me ponía colorada, y aún no me lo explico-.
Buenísimo, hasta mañana entonces... -le dije sonriendo y sintiéndome un poco más bella-.
Volví a mi casa, entusiasmada por haberlo conocido: Simpático, de gestos graciosos, su aire porteño y ese toque “nerdie” que siempre me agradó.
¿Sería yo capaz de simpatizarle a un chico como él? ¿Alguna vez aunque sea podría acercarme, conocerlo o llegar a gustarle? ¿Por qué iba a hablarme? ¿Qué podría ver él en mí?
[Continuará...]
*Por la extensión de este capítulo, lo subdividí en tres partes, espero lo disfruten, y muchísimas gracias por el apoyo.
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