Ahí estaba yo. Hablando con el Oso, sentados en el mismo parque, frente al mismo lago que reflejaba las mismas estrellas, en la misma manta, a la misma hora. Ahí estábamos. Y me dolía haberme ido, y me dolía no saber si estaba en lo correcto, me dolía pensar en volver a lastimarlo, me dolía ser la daga que pudiera punzar o acariciar. Pero ahí estábamos. Y lo miraba, y se veía más bonito que nunca, y me miraba con tanto amor como antes, como si nada hubiera pasado, pero sí pasó.
Pasó que crecimos, pasó que ahora puedo entender que estar con él no es sólo comodidad, sino placer. Pasó que nunca me sentí tan querida, tan acompañada, pasó que me puse en sus zapatos, y él en los míos, entonces nos entendimos; y al entendernos, nos conocimos. Pasó también que su compañía se volvió irremplazable, pasó que lo quise tanto que le tuve que regalar mi confianza, mi paciencia (poca, pero entera) y mi cariño.
Entonces me abrazaba mientras caminábamos, me acariciaba de nuevo con sus manos grandes, hablábamos, nos poníamos al día.
Ese día, tras nueve meses sin saber prácticamente nada el uno del otro, nos dábamos un beso y decidíamos volver a vernos mientras algunas gotitas caían del cielo.
Y fue prácticamente una lucha, más interna que contra el mundo... ¿Es siempre un desacierto el regreso?
Hoy puedo responder. Pasaron más o menos cinco meses desde la noche en el lago, hace tres que estamos de novios. No quise dejarlo ir, no quise que dudara de cuánto lo quería, no quise que creyera que sería lo mismo. Entonces, mientras fumábamos y nos reíamos una noche de calor, en la terraza de mi casa, se lo pregunté.
-Hey, ¿Querés ser mi novio?
-Sí, obvio.
Entonces chocamos los puños, seguimos fumando, nos seguimos riendo. Y así fue todo desde entonces. Miento si digo que no discutimos. Eso no existe, porque antes que novios, las parejas son amigos, y antes que amigos, son humanos, por lo que siempre va a haber desencuentros, pero nada, nada, puede quitar todo lo demás.
No soy experta en relaciones, de hecho ésta es la primera (y única) que vale la pena escribir. Que el placard se prenda fuego entonces, que queden recuerdos que nunca más serán desempolvados, que hoy y mañana sea ésta la mejor historia para contar. Porque al fin sé lo que es amar, y me llevó más de un año entenderlo, pero qué importa, ahora sé lo que es amar. Ahora sé cómo se siente, y es increíble.
Les pedí a todas las personas que amo que no se pierdan de tener una relación auténtica, placentera, pacífica, estable. Pedí que no teman a ser amigos, a contarse miedos, a reírse fuerte. Pedí que nunca muestren algo que no son, que sean claros, transparentes. Pedí que se dieran siempre tiempo de mirar con amor a la familia, a las amistades, que son prioridad; porque después, con el tiempo, las parejas serán familia y amigos también. Quiero que no se priven de decir estupideces, de jugar como niños, de acariciarse, de sentarse lejos a conversar, o bien cerca para hablar despacito.
Quisiera que de algún modo pudieran ver que hoy tengo a mi lado a un gran amigo, a un compañero de vida, a un maestro, a un aprendiz, una persona paciente, tranquila. Quisiera que cada momento donde las cosas no están tan bien, supieran resolverlo como lo resolvemos nosotros, diciendo las cosas con cariño, para que sanen y no duelan tanto.
No sé cómo es la vida a partir de ahora. No sé cuánto tiempo nos queda, pero no importa porque así vale la pena; y me parece que ustedes (mis queridísimos-contados-con-una-mano lectores) merecían saberlo.
Espero que no haya más catástrofes para escribir en el placard.
Los adora,
M.
No hay comentarios:
Publicar un comentario