miércoles, 27 de abril de 2011

Capítulo dos: Cuestiones de Videojuegos, (Parte I*)

A Enque, a Narchu, por un apoyo más que valioso,

y su amistad de reputísima madre. Gracias.


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A pesar de que como lector o lectora de este blog apenas conocés a un muerto (Chaparro, del capítulo uno) desde mucho antes, ya había empezado a coleccionar cadáveresEnlace, apilándolos al mejor estilo Tetris para que no me faltara lugar. Ya me comía insultos, problemas, lágrimas y mi valentía como un Pacman. Y como buen Mario Bros... ¿Usaba un gorrito rojo? Yo no. Pero él sí. Créase o no, él tenía el gorrito de Mario Bros. Y me dijo que cuando me vió supo que yo era para él. Y le pregunté por qué. (¡Quién me manda a mí, carajo!).


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Cuando nos conocimos:


El día que -como diría él- “Nuestros cosmos se encontraron” (aclaro que el único “Cosmo” que me interesa termina con “Politan” y es una revista genial), yo estaba angustiada, con siete pesos en el bolsillo (los últimos suspiros de mi mesada), con el flequillo acomodado con un clip espatoso que sugería que se acercaba el fin del Mundo, una remera gris que me queda inmensa, con estampado de Fantasmitas de Pacman en rosa y naranja flúor, unos jeans que no favorecen a nadie, y mis Pony fucsias que tienen más vida que mi bisabuela. Con ese look de soltera resignada que decía “NO ME MIRES, NO ME HABLES, NO QUIERO SABER MÁS NADA CON NADIE”, y mi anillo dorado de “Casada” con mi reciente Ex (que no me lo sacaba para negar la realidad hasta que se me pasara la depresión) me imaginé si los demás notarían lo que pasaba, y pensé también que hacía mucho tiempo que no estaba así: Triste, desamparada, sucia, más gorda de lo habitual, sin cuidado alguno y con mi mayor motivación caída: La computadora rota.

Por inercia arrastré mis pies hasta el Ciber más cercano, y ahí estaba él, detrás del mostrador, encorbado hacia el teclado, con una remera negra que decía YODA, que realmente me agradaba, unos anteojos de medio marco a los que les faltaba algo de actitud, y ví que tenía puestos jeans claros pero no alcancé a verle el calzado.

  • ¿Tenés máquina libre? -Le dije, con tono de desgano y la lengua empastada-.

  • Sí, pasá por la dos -Su voz era tranquila, y tenía cierta tonada porteña que me fascinó-.

Pasaron tres horas desde que me amoldé al asiento incómodo del Ciber hasta que me digné a levantarme.

  • Listo, ya está, ¿Cuánto es? -le dije-.

  • Seis pesos -me dijo sonriendo, pero sin mirarme a los ojos. Se hizo una pausa mientras buscaba en mi billetera la plata justa- Emmm... ¿Venís seguido acá?

  • No, no, realmente es la segunda vez que vengo, porque se me rompió la computadora -noté que mi mirada retomaba la depresión que significa tener roto mi equipo-.

  • Ah, un amigo mío hace Service, si te interesa -levantó la vista, y noté que sus ojos eran del mismo tono miel que su pelo-.

  • Sí, estaría buenísimo, ¿Tenés su número?.

  • Mmm, no, pero dame el tuyo y yo te mando un mensaje cuando llegue a mi casa y lo saque de mi celular anterior.

  • Em, sí... -me vió dudar. No lo culpo, fuí muy obvia. Le dí mi número anotándolo en un papelito con mi mejor letra, abajo escribí Membrilla y por una especie de fuerza sobrenatural, escribí también mi mail-.

  • Gracias... ¿Membrilla? -me miró con la misma expresión que todos hacen cuando menciono mi seudónimo: Una mezcla de sonrisa y asombro-.

  • Ja, ja, sí, Membrilla, así me dicen... Ya me tengo que ir, chau, capaz que mi adicción a internet me traiga hasta acá mañana.

  • Mañana trabajo acá desde las cuatro hasta las diez -sentí que me ponía colorada, y aún no me lo explico-.

  • Buenísimo, hasta mañana entonces... -le dije sonriendo y sintiéndome un poco más bella-.

Volví a mi casa, entusiasmada por haberlo conocido: Simpático, de gestos graciosos, su aire porteño y ese toque “nerdie” que siempre me agradó.

¿Sería yo capaz de simpatizarle a un chico como él? ¿Alguna vez aunque sea podría acercarme, conocerlo o llegar a gustarle? ¿Por qué iba a hablarme? ¿Qué podría ver él en mí?

[Continuará...]

*Por la extensión de este capítulo, lo subdividí en tres partes, espero lo disfruten, y muchísimas gracias por el apoyo.

sábado, 23 de abril de 2011

Donde no sólo hay ropa.

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Buscaba en mi placard mi remera de "Es la última vez que te veo". Informal, escote redondo, no muy profundo. Fondo en degradé violeta, fucsia y blanco. Arriba de ésto, la estampa: Una especie de firulete en negro, al que aveces dicen "Es muy vos". ¿Será que es común no volver a ver a la gente? Jeans claros, los más ajustados que tengo, sí, esos que sugieren "No soy yo, sos vos". Y no es que considere que soy gran cosa, pero al lado de un pelotudo como él, hasta un helecho seco resulta interesante. Zapatillas Topper rojas, sucias y viejas, a las que le cuelga un cartel imaginario que dice "Señorita Experiencia". No es tan así, por supuesto, ¡Pero qué bien que mi ropa dice todo lo que quiero dar a entender!
¿Estaba realmente lista para dejar atrás a aquel que estuvo apenas me encontré desamparada y sola? ¿Realmente sería un nuevo muerto en mi placard? Sí. No sólo hay ropa en mi placard. Allí si bien abrieras la puerta, se caerían algunos ex novios, zapatos, carteras,chicos con los que salí, ex amigos, pañoletas, gente a la que maté en mi vida anterior y aún cargo con el karma de haberlos vuelto a cruzar, camisas, remeras, familiares estúpidos, sweaters, vecinos molestos, sacos de todos los colores, nenes insoportables y quién sabe cuántas cosas más. Mi placard; si fuera revelado su contenido, sería objeto de estudio de psicólogos y científicos con ganas de complicarse la existencia.

***

Iba a ver a Chaparro (es el apodo más cariñoso que inventé en mi vida) en algún lugar al aire libre, de día, hacia finales de Enero. Con el look planeado con anterioridad, me presenté, a melena revuelta y a cara lavada (para que notara que no se perdía de tanto) a decirle que no funcionaba, que aunque él se hubiese esforzado mucho por sostener esto durante dos meses y medio, yo ya no tenía ganas de remar. Él inclusive no me caía bien, nunca me cayó bien, pero cuando acepté la primera cita, no tenía nada que perder... Y, a veces creo que es mejor estar mal acompañada antes que sola. Lamentablemente es caer muy bajo, al fondo de la situación, pero de vez en cuando se torna inevitable.
Al verlo sentado en un banco en la Plaza San Martín me acerqué despacio, terminando de organizar las ideas de todo lo que tenía para decirle, él se puso de pié y me sonrió. Él estaba vestido pésimamente, pero ya me había acostumbrado. Remera de egreso del colegio (por cierto, del año pasado) que me producía una imagen mental de un cartel con un escrito similar a “FRACASADO TOTAL” jeans que dejaban a la vista sus tobillos (era un chico muy alto, todos los pantalones le quedaban cortos): “AÚN MÁS FRACASADO POR USAR JEANS CORTOS” Unas zapatillas Nike deportivas que no colaboraban al buen gusto y que tenían un dejo a la sensación de un ataque de pánico al mejor estilo “Delito a la Moda”. Eso sí, tenía una sonrisa linda, pero ojos lejanos, como si no miraran lo que veían. Apenas si besó mis labios, hice un paso hacia atrás y justo cuando estaba por empezar, me dijo:
– Qué linda que te queda esa remera... ¿Te pasa algo?-tomó mi mano y la llevó a su pecho-
– Sí, Chaparro, quiero que hablemos -dije ésto y sus ojos se abrieron como dos enormes capullos-.
– Yo también quería que hablemos...-¿¡QUÉ!? ¡Conmigo nadie rompe, no, no, el “Chau, hasta nunca” era mío, YO, YO DIGO CHAU.-
– ¿Me dejás empezar? -él, cabizbajo, asintió. Tomé su mentón y lo alzé para mirarle los ojos- Siento que no vamos para ningún lado, Chaparro, me desilusiona que esto no funcione, pero tampoco se puede vivir así, a la deriva, si las cosas no avanzan...
– ¡Esperá! -me interrumpió con tal efusividad que no pude hace más que quedarme callada- esto... Esto te lo quiero decir yo, -continuó- hace d-dos meses que salimos y... este... siento que... bah, es como que me-me gustaría q-que... que vos y yo seamos n... -¡¿EH?! No por Dios, esto no, NOOO, todo menos esto, no lo está diciendo, no, no, me niego a escucharlo, no, no. Creo que alguien debería haber filmado mi cara, porque él lo noto rápidamente: se me había nublado la vista y no escuchaba lo que me decía, pero sé que habló un tanto más, hasta que tocó mi mano- Chaparrita mía, ¿Estás bien? -me dijo, confundido-.
Perdoname, no te escuché, y no sé lo que dijiste. Yo solamente vine a decirte algo que es muy sencillo: No quiero estar más con vos, ni siquiera te quiero como amigo. Tampoco de enemigo, no es eso. No me entendés, no me querés entender, y sé que es casi imposible, pero no hacés el esfuerzo. Me jodés los días de semana y algunos sábados, me molestan tus mensajitos con abreviaturas pasadas de moda, tus lentes de sol del año 2000, odio que camines encorvado, y que hayas matado a una paloma con una gomera al frente mío, y que ENCIMA tengas el tupé de recordarlo con orgullo. Odio también que digas que gracias a mí encontraste la Buena Senda, siendo que no es cierto, odio que fumes Next, y el olor que te deja en la boca y el que ME deja en la boca si te beso. Odio que no seas capaz de al menos SIMULAR que sos una persona humilde y corriente, que te creas culto e inteligente por demás. Odio que desvalorices mis enseñanzas y que pretendas que yo elogie las tuyas después. Odio como caminás arrastrando los pies. También odio como te lamés los labios antes de hablar. Me molesta el ruido que hacés al comer, y esa maldita costumbre de no ayudar si quiera a levantar un plato de la mesa. Odio tu pensamiento retrógrado y machista, tu falta de conciencia ecológica y la manera en la que discriminás a los homosexuales SABIENDO que mi mejor amigo es gay. Odio el énfasis que le ponés a tus anécdotas “heroicas” y que siempre retruques todo lo que digo. Igual está todo bien, así sos vos, no quiero que cambies, solamente te quiero lejos mío -Terminé tan cruelmente de decir esto, que él se levantó y se fué, sin decir nada, sin llorar, sin enojarse. Se fue.

Su cuerpo se iba en sentido contrario al mío, si bien yo ya no lo tocaría, aún me quedaba arrastrar a Chaparro al placard, a la colección de los muertos que encierra, a aquellos que ocasionalmente se asoman, vuelven a la vida, entre risas, lágrimas y recuerdos en algún bar de mala muerte.


[Continuará...]