jueves, 7 de mayo de 2015

Volver.

¿Cómo es volver? ¿Por qué alguien vuelve a los brazos de donde se fue?
Ahí estaba yo. Hablando con el Oso, sentados en el mismo parque, frente al mismo lago que reflejaba las mismas estrellas, en la misma manta, a la misma hora. Ahí estábamos. Y me dolía haberme ido, y me dolía no saber si estaba en lo correcto, me dolía pensar en volver a lastimarlo, me dolía ser la daga que pudiera punzar o acariciar. Pero ahí estábamos. Y lo miraba, y se veía más bonito que nunca, y me miraba con tanto amor como antes, como si nada hubiera pasado, pero sí pasó.
Pasó que crecimos, pasó que ahora puedo entender que estar con él no es sólo comodidad, sino placer. Pasó que nunca me sentí tan querida, tan acompañada, pasó que me puse en sus zapatos, y él en los míos, entonces nos entendimos; y al entendernos, nos conocimos. Pasó también que su compañía se volvió irremplazable, pasó que lo quise tanto que le tuve que regalar mi confianza, mi paciencia (poca, pero entera) y mi cariño.
Entonces me abrazaba mientras caminábamos, me acariciaba de nuevo con sus manos grandes, hablábamos, nos poníamos al día.
Ese día, tras nueve meses sin saber prácticamente nada el uno del otro, nos dábamos un beso y decidíamos volver a vernos mientras algunas gotitas caían del cielo.
Y fue prácticamente una lucha, más interna que contra el mundo... ¿Es siempre un desacierto el regreso?
Hoy puedo responder. Pasaron más o menos cinco meses desde la noche en el lago, hace tres que estamos de novios. No quise dejarlo ir, no quise que dudara de cuánto lo quería, no quise que creyera que sería lo mismo. Entonces, mientras fumábamos y nos reíamos una noche de calor, en la terraza de mi casa, se lo pregunté.

-Hey, ¿Querés ser mi novio?
-Sí, obvio.

Entonces chocamos los puños, seguimos fumando, nos seguimos riendo. Y así fue todo desde entonces. Miento si digo que no discutimos. Eso no existe, porque antes que novios, las parejas son amigos, y antes que amigos, son humanos, por lo que siempre va a haber desencuentros, pero nada, nada, puede quitar todo lo demás.

No soy experta en relaciones, de hecho ésta es la primera (y única) que vale la pena escribir. Que el placard se prenda fuego entonces, que queden recuerdos que nunca más serán desempolvados, que hoy y mañana sea ésta la mejor historia para contar. Porque al fin sé lo que es amar, y me llevó más de un año entenderlo, pero qué importa, ahora sé lo que es amar. Ahora sé cómo se siente, y es increíble.
Les pedí a todas las personas que amo que no se pierdan de tener una relación auténtica, placentera, pacífica, estable. Pedí que no teman a ser amigos, a contarse miedos, a reírse fuerte. Pedí que nunca muestren algo que no son, que sean claros, transparentes. Pedí que se dieran siempre tiempo de mirar con amor a la familia, a las amistades, que son prioridad; porque después, con el tiempo, las parejas serán familia y amigos también. Quiero que no se priven de decir estupideces, de jugar como niños, de acariciarse, de sentarse lejos a conversar, o bien cerca para hablar despacito.
Quisiera que de algún modo pudieran ver que hoy tengo a mi lado a un gran amigo, a un compañero de vida, a un maestro, a un aprendiz, una persona paciente, tranquila. Quisiera que cada momento donde las cosas no están tan bien, supieran resolverlo como lo resolvemos nosotros, diciendo las cosas con cariño, para que sanen y no duelan tanto.
No sé cómo es la vida a partir de ahora. No sé cuánto tiempo nos queda, pero no importa porque así vale la pena; y me parece que ustedes (mis queridísimos-contados-con-una-mano lectores) merecían saberlo.

Espero que no haya más catástrofes para escribir en el placard.
Los adora,
M.

viernes, 25 de abril de 2014

Capítulo trece: A lo lejos.

A mis pocos pero fieles lectores: Hola de nuevo. Volví, no sé por cuánto tiempo. Lo importante es que acá les traigo algo que me duele escribir. Me duele cada letra sobre la hoja y cada tecla al transcribir. Me duele pero aún así lo escribo. Porque es entonces cuando siento que ese dolor se va esfumando paulatinamente hasta volverse nulo. Gracias por la espera, por la paciencia, por el incentivo de unos cuantos y la insistencia de otros. Gracias por estar, (desde donde sea que estén) intentando comprender ésta vida que elijo vivir. Por mi parte y a modo de disculpas, me escudo en que ahora me estoy avocando a mi vida de soltera joven, que ya se mudó de la casa de sus padres, y ahora cocina, lava, limpia, ordena, estudia, vende cuadros, escribe, fotografía y demases tareas que son innumerables. En mi tiempo libre me limito a abrazar a mis padres, hermanos y mascotas, también a mi familia en una versión extendida (que claramente incluye a mis amigos) y a mi continuo afán de ampliar mi manera de expresarme. Espero disfruten éste breve retorno. Espero seguir recibiendo todo su amor, como desde tiempos remotos hasta ahora. Los ama inmensamente, Membri.


***


“Simplemente no soy una chica para vos, ni vos sos un chico para mí”, le dije, para dejarlo ir. Y nadie puede decir que no lo quise, o que no lo valoré.
Nadie puede decir que no fui feliz en la relación que duró tres meses arañándose a sí misma. Nadie puede decir que no lo intenté. Obvio que no lo suficiente, pero es que a veces las personas nos cansamos de intentar en vano, cuando sabemos que tarde o temprano la ruptura se avecina como un huracán espantoso anunciado por la radio hace meses.
Entonces trato de parecer amorosa, de preferir estar sola (whisky, cuadros sin terminar, colillas de tres etiquetas de cigarrillos acumulándose en un cenicero que parece no tener fondo jamás, uñas masticadas y pinturas secas sobre el mezclador), y de convencerme a mí misma de que estoy bien, de que es una buena decisión.

Éstas redes sociales nos acercan, nos conectan, nos enlazan a personas que no conocemos, y nosotros, ciegos o ilusos, caminamos a intentarlo de nuevo, hoy con él, mañana quién sabe. Así lo había conocido, gracias a alguna de tantas redes sociales con las que cuento, y de las que no estoy orgullosa en absoluto. Vivía a tres horas de la Capital de Córdoba. Yo a dos. En otras palabras, él vivía a cinco horas de mi casa.
En la primera cita merendamos en su pueblo, pintamos paredes, fuimos a bailar a un lugar horrible, dormimos juntos, casi garchamos en un desliz de falsa confianza, pero no, no ocurrió. En la segunda cita y todas las demás que le sucedieron garchamos enfermos de éxtasis, porque él quería cada centímetro de mi cuerpo deformado por la grasa, el desdén y el odio, y yo quería sentirme querida, y entonces todo funcionaba. Y ese fue el motor que hizo que algo que debió existir simplemente en una cama, se expandiera a mi vida entera, consumiendo mis ratos libres, mi tiempo de estudio y mis ganas de estar conmigo misma.
Pasaban las semanas, quería tiempo para estar con mis amigos, con mi familia, con mis mascotas. Y ahí estaba él, intentando llenar cada surco que había de vacío entre mis minutos. Ahí estaba él, con un mensaje, con un dibujo, con una canción. Él en todos lados, él todo el tiempo. Él ahogándome y profanando con éxito todo mi oxígeno. Él alterando mi cotidianeidad, él logrando aislarme sin intenciones, (pero haciéndolo en fin) de todas las demás cosas que me hacían bien.
Comíamos en la cama, salíamos a besarnos en la lluvia, pintábamos paredes y pintábamos nuestros cuerpos tal como se supone que debe ser un amor adolescente.  Pero ya no lo éramos. Ya éramos dos jóvenes adultos (él un poco más grande que yo, pero más irresponsable también) actuando como niños. Éramos dos personas perdidas y encontradas. Perdidas en un frenesí sobreactuado para tratar de ser felices. Pero no es suficiente. Nunca lo es. Porque ser feliz no es sólo lucir como una persona feliz, ser feliz es no poder ocultar la alegría que te emana de los poros como si no existiera una partícula fuera de lugar en todo el Universo.

*** 
“Y te dejo ir, oso, te dejo ir porque no te merecés a alguien que no puede corresponderte todo el tiempo. Te dejo ir porque sé cuándo parar, porque no quiero herirte, no quiero herirme. Te dejo porque quiero que estés locamente feliz con una mujer que se vuelva locamente feliz a tu lado. Oso, te dejo porque no quiero subestimar mi futuro, porque sé que ambos podemos estar mejor. Te dejo porque deseo verte enamorado de una chica capaz de decirte cosas hermosas todo el tiempo. Te dejo  a vos y con esto también dejo tus besos en la espalda, tus caricias a la mañana, tus abrazos urgentes, tus manos inmensas, tus amigos que son adorables. Te dejo con tus caprichos (que jamás fueron tantos como los míos), tu sublime manera de entristecerte, y ese gesto que hacés con las cejas cuando tenés ganas de que nos desnudemos”.

Y me fui, dicen algunos que sin motivos. Yo digo que los tengo, que simplemente quiero ser feliz, que simplemente quiero poder corresponderle a quien me corresponda, que no quiero escenas, que quiero ser libre  mientras amo y soy amada.

jueves, 1 de agosto de 2013

Capítulo doce: Al Cineasta, con amor.


[A mis lectores: Perdón por mi ausencia. Entenderán que a veces no me salen las palabras, o no se dejan escribir. Gracias por siempre darme fuerzas, mucho amor.]


¿Cómo se comienza algo que sabemos que pronto va a terminarse? ¿Cómo se siente querer y ser correspondida? Me quisieron, sí. Me quisieron con locura. Y yo quise, quise con todo mi corazón siempre a aquella persona que no me quería. Y quien me quiso, lo dejó de hacer al cabo de un máximo de dos meses, por una obvia cuestión de desgaste. Querer y no ser correspondido. Nunca funciona, aunque lo intentes. Antes o después ese tipo de carcasa finita como un papel, se deshace.
Quien quiera intentarlo, que lo intente; pero yo les habré advertido.
Ahora, volviendo a mi primer planteo, ¿Cómo se comienza algo que no queremos que se termine?
Esa era mi duda. Esa era yo unos meses atrás. Y dos semanas después me podrían haber visto cabizbaja, al borde de estallar en llanto, oliendo a cigarrillo mentolado y un dejo de whisky barato. Me habían dejado. ME HABÍAN DEJADO. Peor. Me habían dejado sin siquiera darme la posibilidad de intentarlo. Sin justificaciones, sin discusiones, sin planteamientos. El Cineasta se había ido de mi vida como un ventarrón que te seca la garganta antes de que alcances a cerrar la boca.
“Vayamos despacio”, me decía. Y de tan despacio, parece que no fuimos a ningún lado.  No importa cuántas citas buenas habíamos tenido, no parecía importar lo bien que nos conectábamos, él simplemente se asustó y se fue.
Y se fue como se van los cobardes. Y yo me quedé endurecida y amargada, como un animal doméstico librado a la suerte de un safari.
“El que se va sin que lo echen, vuelve sin que lo llamen”, me dijeron. Y aunque yo sentía que simplemente ya lo había perdido todo, si él quería volver, volveríamos, pero mi orgullo no me dejó ir a buscarlo.
Y lo esperé. Lo esperé como se esperan las cartas si se está en guerra, lo esperé como ahora espero que mi planta dé su primera flor.
Y a veces me da la sensación que los muy hijos de puta tienen un sensor para saber volver justo cuando te empezás a sentir mejor. Sí. Ahí estaba él, con sus putos mensajes de textos rebalsando errores de ortografía y caramelos baratos. Esa dulzura aniñada que tanto me gustó, ahora me invadía de dolor, de paranoia, de duda.

Intento memorizar las citas, pero definitivamente la charla fue más extensa:

Cineasta: “hola linda todo bien??”.

Membri: “¿Qué querés?”

Cineasta: “nada… saber como estabas nomas…”.

Membri: “Estoy bien. Mirá, la cosa es así de simple. Si querés hablar, hablamos, pero en
persona, así terminamos con todo esto de una buena vez.”

Cineasta: “que queres ablar?”.

Membri: “Básicamente de la manera en la que te borraste.”

Cineasta: “bueno estuvimos juntos tres semanas y ya paresiamos marido y mujer”.

Membri: “Estás flasheando, la pasábamos bien y nada más.”

Cineasta: “pasa q tuve miedo porq siempre la cago”.

Membri: “Claro, como ahora, por ejemplo.”

Cineasta: “mira yo todavía no cerre mi siclo con vos”.

Membri: “Eh? Bueno, sorry, yo ya estoy conociendo a alguien más.”

[[Nota de la autora: ¿Con quién estaba saliendo? Dejá de mentir, Membrilla.]]

Cineasta: “posta?? Me quiero cortar la pija, boluda.”.

Membri: “Y sí, ¿Qué esperabas?”

Cineasta: “bueno andate con tu novio”.

Membri: “Ahora no me hagas una escenita de celos, haceme el favor.”

Cineasta: “me asuste y aora te fuiste”.

Membri: “Esas cosas pasan.”



Y ahí terminó nuestra primer charla seria. Y ya me estaba gustando de nuevo. Y ya quería correr hasta donde sea que estuviera él y decirle que era mentira, que estaba sola, que lo estaba esperando, pero que no soy tan fuerte como pensé y que extraño su sonrisa de dientecitos pequeños, y sus manos gigantes acariciándome la cara en el parque.
Pero no. Quería que él viniera hacia mí. Como hace la gente enamorada, se buscan, y aunque a veces se desencuentren, se siguen buscando.
Pero esas cosas, resulta ser, que sólo pasan en las películas.
Acá, en la vida real, el orgullo me ganó a mí, y quizás a él también.
Los días siguieron pasando, eso sí. Empezó el frío, la melancolía, la angustia de dormir sola en Invierno y demás cosas que me atormentan a mí como la romántica empedernida de la que ya hace tiempo no estoy muy orgullosa de ser.
Y vuelve a aparecer. Y como el virus que corrompe la salud de todos, me agarra desprevenida y con las defensas bajas. Suena mi celular. Él, entrando por mi garganta y depositándose en mi mucosa.

Cineasta: “hola que contas? todo bien??”.

Membri: “¿Qué pasa ahora? ¿No te quedó en claro que nos peleamos y que ya no me tenés
que escribir como si nada?”

Cineasta: “por mi esta todo bien”.

Membri: “Por mí no. Entendé que me hacés mal, así, yendo y viniendo.”

Cineasta: “jajajajajajjajaj podrias dedicarte a escribir testamentos”.

Membri: “Uhh, la verdad, espero que crezcas algún día, Cineasta.”

Cineasta: “vos te pensas que lo q paso con vos me va a afectar?? Jajajajajajajjaajja yo no dependo de nadie para ser feliz y mucho menos de vos”.

-Siento un sable que atraviesa mi estómago. Los ojos llenos de lágrimas desperdiciadas, las manos me tiemblan. Respiro hondo, cuento hasta diez y alcanzo a contestar algo que (quizás) ni siquiera está bien redactado-

Membri: “Con todo el histeriqueo que me hiciste, yo me sentiría una basura en tu lugar. Ayer me decías que no habías cerrado la etapa y ahora me tratás así? Sos un careta, caradura.”

Cineasta: “bueno anda a la mierda”.

Membri: “Andate vos a la mierda, la re putísima madre que te parió. Ni se te ocurra volverme a escribir.”

Cineasta: “Ok chau”.

Y éste es el momento en el que arrojé “sin querer” un frasco contra la pared. Llena de ira, llena de angustia y de ganas de estar con él. Sí. Mátenme lenta y dolorosamente.
Pero acá estoy. Intentando crecer, intentando superarlo, intentando dejarlo de lado. Intentando no extrañar su tonada hermosa, sus ojos tristes, sus abrazos fuertes.
Escribirlo es como hacer terapia. Un poco más público, quizás. Pero igual de útil.
Lo que pasa es que simplemente me cansé de pasarla mal.
Tengo adentro del Placard a muchas personas por las que aún lloro, y se desempolvan, y vuelven a mi vida un rato, sólo para recordarme que existieron y rasgarme un poco más el corazón. Que por lo pronto es mío. Que ya no espera nada. Que ahora se limita a contar cuántos días faltan para el próximo Año Nuevo que voy a festejar sola, escribiendo, dibujando quizás. Mirando fuegos artificiales, con una copa de vino blanco en la mano izquierda… ¿Qué se siente querer y ser correspondida?






sábado, 16 de marzo de 2013

Capítulo once: Intereses olvidados, regalitos para Navidad, (Parte II).


***

Una de las noches que lo vi, me enteré que era compañero de la facu de una de mis amigas, no lo podía creer.  Ella me prometió que iba a invitarlo a su cumpleaños, y yo le agradecí. ¿Quieren saber qué pasó en la fiesta?  ¡Enterate en el próximo capítulo!

[Continuará...]

        ***

-Mañana me vuelvo a Córdoba –me dijo el Veterinario-.
- ¿Qué? –A mí me quedaban tres días-.
- Eso, que mañana me voy.
- Noooo, qué garrón.
- Bueno, pero tenés mi Facebook –me dijo sonriendo-.
- Sí, más te vale que me aceptes.
- ¿Parezco de esos que no aceptan solicitudes?
- No, parecés de esos que tienen miles cada vez que entran.
Rió y miré por última vez su sonrisa, a pesar de las luces irritantes del boliche. Al otro día pasé sin darme cuenta por la puerta de su hotel. Ahí estaba él, con sus compañeros, subiendo su equipaje al colectivo.  Me senté en la vereda del frente y lo observé. No se dio cuenta (quiero creer), pero millones y millones de pensamientos se me vinieron a la cabeza. ¿Por qué soy tan enamoradiza? ¿Por qué siempre pierdo la cabeza? Necesitaba un poco de cordura, necesito parecer normal.
Tomó asiento en el inmenso vehículo, hundí mi cara en las palmas de mis manos, me levanté y fui por una cerveza. Eso necesitaba, mi elixir sanador. Tomar una cerveza sola SIEMPRE aclara mis pensamientos, es infalible.
Llegué con mi latita a una plaza y me senté en el pasto mirando el Nahuel Huapi. Qué rico que es el aire del sur. Todo en allá es bueno. El frío, los colores, la gente. Los pinos que te susurran consejos, e incluso el Nahuelito que se llevó uno de mis deseos.
Después de dos horas me incorporé y decidí que era hora de volver al hotel. Había llorado. Lloré por lo que lloro casi siempre. No soy quien quisiera ser. No soy muy agraciada, ni estoy cuerda, ni soy femenina, ni siquiera soy lo suficientemente inteligente como para conquistar a alguien, por eso todo lo que había pasado con el Veterinario debía de ser una farsa. Una alucinación nefasta. Cuando llegué a mi habitación sentí la necesidad vital de recostarme. Mi mejor amiga me dijo que estaba colorada, y al tocarme, ardía de fiebre.
Me quedé sola y pensé. Me conecté a internet en Bariloche (las ansias, para variar, me mataron) y lo agregué. Al menos no me había dado mal su Facebook.
Embobada (y con Rulo muerto de bronca) me volví a Córdoba. ¡Qué lindo que es estar en casa, dormir en mi cama!
Recién me aceptó la solicitud dos días después. Me animé a escribirle el segundo día del Nuevo Año.
Membri: “Hey, espero que te acuerdes de mí,  soy Membri, de Bariloche, ¿Cómo pasaste Año Nuevo?  ¿Más deseos?”
Una semana después recibo su respuesta:
Veterinario: “mal xq staba enfermo”.
(Nunca un “¿Y vos?”, MÍNIMO)
Membri: “Ahhh.. Qué garrón, che, bueno espero que te mejores”
Veterinario: “Sí ya stoy bn, listo para reirme”
(OKAAAAAAAY?)

¿Qué se supone que una contesta? Qué frustrante que es a veces tener que nadar contra la corriente. Como un salmón drogado que lo único que quiere es estar en un lugar mejor.
En cuestión, fue fácil suponer que no todas las personas se dan maña a la hora de interactuar por chat, y esperé que llegara el cumpleaños de mi amiga, su compañera de clases.
A pesar de mi baja autoestima, ese día me propuse estar bella. Me pinté mucho los ojos, me puse ropa nueva y entré con mi mejor sonrisa y el corazón rebotando por cada esquina de mi cuerpo. El salón. La cumpleañera. Las personas. Más personas. Personas que no son él. No estaba. Lo buscaba y no estaba. Definitivamente no estaba. Frustración. Maquillaje corrido, angustia y un poco de decepción. Tanto para nada. Tanta ilusión para perderla en mitad de una fiesta estúpida y aburrida. O al menos para mí lo fue. Yo sentía un zumbido ensordecedor en mi cabeza. Y estaba muy quieta. El resto de las personas parecían moverse en cámara lenta, entre las luces del lugar.
Siempre termina siendo así. La ausencia y yo. Yo y la ausencia. El sentimiento de vacío infinito aunque esté rodeada de gente, de sensaciones, de objetos, de vida.
Y es así que una persona como yo decide dar por finalizada la etapa en la que cree en alguien. Acá, entre nosotros, podemos decir que simplemente “La encerré en el placard”, y no es fácil hacerlo. No es fácil asumir que uno no para de equivocarse, de creer en esa chispa de esperanza, que se extinguirá apenas sople el viento.  Y si me preguntan quién fue él, les voy a contestar la verdad; él no fue nadie. O algo así como un espectro de alguien. Una sombra borrosa adentro de mi placard.

sábado, 7 de abril de 2012

Capítulo Once: Intereses olvidados, regalitos para Navidad, (Parte I).

[Éste capítulo es para Narchu, porque vos me lo dijiste, loca: “Le cabe el placard”, jajajaja, y, sinceramente creo que sí]

Había intentado reanudar algunas cosas con Rulo, quizás, en el fondo lo seguía amando, quizás sólo amaba que él me amara; de todos modos sabía que era inútil, como casi todo lo que hacemos las personas histéricas por sentirnos satisfechas al menos un microsegundo. Y así fue. Faltaban diez días para mi viaje a Bariloche, que, para quienes desconozcan lo que eso significa, Bariloche es el centro del descontrol juvenil, libertad, frenesí, sexo, drogas y alcohol desmedido, principalmente. ¿Quién viaja a lugares así con buenas intenciones? Sólo muy pocas personas, y no me incluyo.

Durante el viaje (de un día entero, por cierto) pensé en qué hacer. Llamé a Rulo. Le dije que apagaría mi celular, que no intentara comunicarse conmigo hasta que volviera de mi viaje de egresados. Recuerdo que no le hizo ninguna gracia y cortó el teléfono dejándome con palabras en la boca. Mi orgullo hijo de puta le planteó una de las peores venganzas que puede tomar una mujer hacia un hombre enamorado: Tenía que ignorarlo, algo que se me da muy bien, de hecho.

Salí a bailar todas las noches desde que llegué, pero voy a detenerme en la noche del 24 de Diciembre, Nochebuena. La inmensidad del boliche hacía que recordara que estaba muy lejos de mi familia... Mi hermana, mi hermano, mis viejos, mis abuelos, mis primitos y los amigos que no habían podido ir de viaje con nosotros, dejando una suave bruma de tristeza en la celebración, que había perdido mucho de su significado real por su ausencia.

Me proponía a acercarme a la barra de bebidas con Anita, una de mis mejores amigas, cuando tropecé con alguien. A la altura de mis ojos apenas tenía sus hombros, y alcé la mirada impresionada por su porte. Le pedí disculpas ruborizada mirando sus ojos, verdes, graciosos, hermosos, amables, perfectamente profundos, y no me contestó, se limitó a tomar mi mano y besarla como si hubiese visto en mí una suerte de Princesa de cuentos, y el correspondiera a mi destino. Hice una leve reverencia y sonrió, ¡Ay de mí, cuando sonrió! Esa curva hacía de sus mejillas la forma perfecta para que mis manos las acariciaran, hacía que sus ojos me recordaran a cuando un niño recibe un regalo para su cumpleaños. Me fui, la timidez (tan extraña en mí) hizo que me apartara sin decirle más nada, hizo que Anita tuviera que saberlo todo, como si hubiésemos pasado una eternidad juntos, hizo que quedara embobada el resto de la noche, buscándolo.

Cuando al fin lo ubiqué, estaba hablando con Anita, y no entendí mucho la situación, él sonrió y ella lo arrastró hasta donde yo estaba, y empezó a vociferar una horrorosa canción típica de Bariloche: ♪ Pico Bariloche, pico Bariloche, pico Bariloche ♫. Cuando miré a Anita, ella me hizo cara de aprobación. Lo miré a él y me sonrió. Tomé su brazo y le di un beso casi imperceptible en los labios. Ruborizada hasta las rodillas, lo saludé y me fui.

-¡Anitaaaaaaaaaaaaaa! ¿¡Qué hiciste, BOLUDA!?

Anita no dejaba de reírse, y me contagió su risa, su risa que es como si fueran muchas campanitas en mi corazón, A-TRE-VI-DA. Reímos juntas y le agradecí desde lo más profundo de mi corazón.

La cuestión de los besos y los tímidos y silenciosos encuentros se repitió tres veces más, y logré averiguar que:

a) Le gusta el rock nacional. [Dios, amo eso]

b) Estudia para ser veterinario. [Ay, no, creo que más amo eso]

c) Toca la batería. [¿Es tan perfecto, de verdad?]

d) ¡Su Facebook! [Listo, ya está, sólo resta enamorarlo con mi locura (que es mi cualidad no tan mala)]

***

Una de las noches que lo vi, me enteré que era compañero de la facu de una de mis amigas, no lo podía creer. Ella me prometió que iba a invitarlo a su cumpleaños, y yo le agradecí. ¿Quieren saber qué pasó en la fiesta? ¡Enterate en el próximo capítulo!

[Continuará...]

jueves, 29 de marzo de 2012

Capítulo diez: Minibus.



Miraba sus brazos enroscados en su novia, sentados frente a mí, planeando su fin de semana fuera de la ciudad, esperando el colectivo que los llevaría al campo, amándose mientras tanto. El pie derecho de ella acariciaba la pantorrilla del afortunado hombre. Ella dejaba reposar su melena colorada y brillante sobre el pecho de él, quien con orgullo y pertenencia, le acariciaba la oreja de cerámica francesa a la persona que probablemente más había amado en su vida. A pesar de apenas adentrarse la madrugada, el olor a tierra mojada había despertado a mi nostálgica memoria. Llevaba cuatro horas esperando mi colectivo. Y faltaban tres más. La llovizna no cesaba, y nos obligaba a los pocos pasajeros a esperar bajo el dosel gris de la estación. Yo había aprovechado para dibujar, y en eso surgió un bostezo. Decidí entonces, moverme de la silla a unas escaleras, a acomodarme cual vagabundo y cerrar un poco los ojos. Cuando dispuse mi mochila de almohada, comencé a tener una perturbadora sensación de angustia. «Yo quiero un novio así, carajo», «Yo quiero que me acaricie la mano, que deje que su pecho sea mi más preciada cuna» pensaba, con la boca a medio sonreír y a medio llorar. A veces, aunque uno quiera estar solo o quiera convencerse de ello utilizando palabras como “independencia”, “libertad”, “frenesí adolescente” y tantas otras porquerías embusteras, puede arrepentirse el tiempo que sea necesario. Confieso haber estado sumergida en una etapa de arrepentimiento, de « ¿Libertad? Libertad piden los presos, ¡Un novio, por favor! », Y de tantas otras dramatizaciones similares (tantas que el teclado se haría añicos en un intento inútil de tipearlas a todas). Y ahí, con el cuaderno dibujado en mi regazo, llegó él. Venía de un boliche, tal vez, un poco ebrio, cansado y mareado. «Bueno, por lo menos mi imagen no es la más deplorable de la estación de minibuses», pensé, dibujando una curva maliciosa en mis labios.

Llegó auxiliado por la suerte y logró sentarse, un poco temblando, en el banco en donde yo me había sentado antes. Allí apoyó los codos en sus rodillas y hundió en sus manos su desconcertado rostro. Al cabo de veinte minutos, o quizás media hora, se acercó a mí, y noté en el breve transcurso de su caminata, que llevaba una vestimenta digna de ser celebrada por todos los dioses del Olimpo. Ya había recobrado la compostura y su mirada me pareció muy agradable.

- Che, disculpame... ¿Sabés a qué hora llegan los colectivos? –me dijo con algo de timidez acariciándose el cuello con la mano derecha.

- Y... Depende cuál. ¿A dónde vas? –dije interesada.

- Voy a Carlos Paz... No veo la hora de llegar a casa.

- Qué suerte, ese pasa cada cuarenta minutos...

- Hizo una mueca de tranquilidad y preguntó- ¿Te jode que me siente con vos?

- No, está bien.

Se sentó a dos peldaños más abajo y luego apoyó su cabeza en mi muslo. Me explicó (mientras yo, atónita, buscaba en la mirada de los demás a una cara familiar que me rescatara), que se había levantado muy temprano a trabajar, que no le gustaba tanto salir a bailar, pero que había hecho una excepción por el cumpleaños de su mejor amigo. Me preguntó mi nombre, a dónde iba y si tenía novio. «Una chica tan copada no debería estar sola» murmuró, y me sonrojé mientras reía. Él probablemente tendría novia. No me animé a preguntarle. Probablemente se sintiera solo a pesar de ello, nunca lo supe. ¿Qué más da? Ser la primera, la segunda... la decimocuarta ¿Acaso es por orden de llegada? Los impulsos y el amor... el amor, los impulsos y el dolor no tienen orden ni fundamentos. Sobre todo si sentimos que sólo durará una noche.

Mi mano entumecida en el muslo en donde él reposaba su cabeza le incomodaba. En una simple maniobra logró que lo rodeara con los brazos mientras me acariciaba la mano. Trataba de recordar el deseo de tener a alguien que se comportara así cuando caí en la cuenta de que estaba sucediendo. Sin dudas era una farsa, una mezcla pútrida de alcohol, viernes a la noche y necesidad de cariño... Pero qué bien que se sentía. Rogaba que mi colectivo viniera antes que el de él, pero que demorara mucho, mucho tiempo. Reposando aún sobre mi pierna, conversaba conmigo dulcemente. Vi llegar su colectivo, y le advertí:

- Mirá, ahí está tu colectivo.

- Me tomo el próximo, me gusta estar con vos –me dijo, alzando su vista para mirar directo a mis ojos-.

- No seas tonto, andá.

- ¿Querés que me vaya? –amagó con levantarse, lo agarré de los hombros y lo acerqué a mí.

- Quedate –tomé su mentón y lo miré fijo a los ojos. No lo había notado, eran muy bellos, sumamente negros y profundos. Él aferró sus manos a mi cuello y me besó. Le contesté con un beso un poco más largo... Y él con otro... Y otro más... Y se pasaron cuatro colectivos y ninguno de los dos se inmutaba ante el paso de las horas. Sólo nos besamos y nos acariciamos mientras el sol amenazaba con descubrir nuestros ojos cansados.

- Andate –le dije, en un arranque maternal-.

- ¿Qué?

- Ya está, tomate ese colectivo. Éste es mi número.- agendé mi número a su agenda telefónica y lo obligué a subir. Se dirigía al colectivo, le hizo señas al chofer de que esperase un momento, corrió hacia mí, me besó cual cinéfilo amante de “Crepúsculo” y se fue, así nada más. Desde la ventana del minibús él grabó en el vidrio empañado un tiernísimo “Gracias” y el colectivo arrancó.

Al otro día esperaba su mensaje. «Ya, ya, ya va a llegar». A los dos días pensaba «Ayer no, era muy pronto. HOY». A la semana «Okay, ya está». Al mes «¡Pelotudo! ¡Me habías gustado!». Ahora «¡Qué tarada que soy, me había ilusionado!».

¿Cuánto demoran los hombres en enviar un mensaje, si es que van a hacerlo? ¿No pueden simplemente no ilusionarnos? ¡Cuánta actuación! ¡Qué desarrollo artístico! ¡Mi placard rebalsa de talento!

jueves, 19 de enero de 2012

Capítulo Nueve: Pobrecita ella, que está sola.

Acepto que soy una persona sumamente dramática, escandalosa, exagerada, emocionalmente inestable y de humor discutible, pero, aun así, siempre detesté con toda mi alma que la gente le tuviera lástima a mi soledad o a la soledad de cualquiera, por más asumido que éste lo tuviera. ¡Al placard todos los buenos samaritanos de la caridad amorosa! ¡Al mismísimo mueble del infierno a quienes se jactan de tener una perfecta relación con sus cónyuges! ¡Brindis! ¡Brindis por aquellos que disfrutan de su independencia! ¡Y brindis, también, por quienes, aunque estén solos sin querer, no se están cortándose las venas por ello!

¿Será que sólo yo he advertido sus lastimosas miradas? ¿Será que quienes están solos de verdad se sienten tan afligidos como para callarse? “El que calla, otorga” dice la lengua popular. No me callo, alzo la voz ante los cuatro vientos a la vez (no me pregunten cómo he de hacer) y grito, grito que no quiero su clemencia, su misericordia, su compasión. Grito (aunque mienta) que estoy sola porque así quiero estar.

Después de todo, a la hora de morir, morirá solo también aquel que ha ahogado sus oídos de cursilerías banales o de llantos entre botellas de vodka. A lo sumo tendrá más flores en su entierro aquel que se ha casado. ¿Pero a quién le importan las flores?

Y yo, que a los dieciocho años de edad llegué a sentirme incómoda al ver que de los tres hermanos, la única sin pareja en todo ese almuerzo familiar, era yo. ¡Qué ingenua!

¿Saben qué? Como le dije a un gran amigo mío: “Yo ya estoy resignada, por eso no me importa si estoy con alguien o si dejo de estar, le agarré gusto a la soledad, al silencio, a rascarme el culo si tengo ganas, a no peinarme, a no depilarme si no quiero, pero ésa es la diferencia entre vos y yo, yo estoy resignada, ya no miro a los hombres, ya no pienso en ‘lo lindo que sería tener novio’, en cambio vos creés que estás resignado, y prácticamente se te llenan los ojos de lágrimas y el corazón de esperanzas cuando ves a dos personas de la mano.” Okay, puede que haya sido crudo, pero... ¿Acaso no es así?