A mis pocos pero fieles lectores: Hola de nuevo. Volví, no sé por cuánto tiempo. Lo importante es que acá les traigo algo que me duele escribir. Me duele cada letra sobre la hoja y cada tecla al transcribir. Me duele pero aún así lo escribo. Porque es entonces cuando siento que ese dolor se va esfumando paulatinamente hasta volverse nulo. Gracias por la espera, por la paciencia, por el incentivo de unos cuantos y la insistencia de otros. Gracias por estar, (desde donde sea que estén) intentando comprender ésta vida que elijo vivir. Por mi parte y a modo de disculpas, me escudo en que ahora me estoy avocando a mi vida de soltera joven, que ya se mudó de la casa de sus padres, y ahora cocina, lava, limpia, ordena, estudia, vende cuadros, escribe, fotografía y demases tareas que son innumerables. En mi tiempo libre me limito a abrazar a mis padres, hermanos y mascotas, también a mi familia en una versión extendida (que claramente incluye a mis amigos) y a mi continuo afán de ampliar mi manera de expresarme. Espero disfruten éste breve retorno. Espero seguir recibiendo todo su amor, como desde tiempos remotos hasta ahora. Los ama inmensamente, Membri.
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“Simplemente no soy una chica para vos, ni vos sos un chico
para mí”, le dije, para dejarlo ir. Y nadie puede decir que no lo quise, o que
no lo valoré.
Nadie puede decir que no fui feliz en la relación que duró
tres meses arañándose a sí misma. Nadie puede decir que no lo intenté. Obvio
que no lo suficiente, pero es que a veces las personas nos cansamos de intentar
en vano, cuando sabemos que tarde o temprano la ruptura se avecina como un huracán
espantoso anunciado por la radio hace meses.
Entonces trato de parecer amorosa, de preferir estar sola
(whisky, cuadros sin terminar, colillas de tres etiquetas de cigarrillos
acumulándose en un cenicero que parece no tener fondo jamás, uñas masticadas y
pinturas secas sobre el mezclador), y de convencerme a mí misma de que estoy
bien, de que es una buena decisión.
Éstas redes sociales nos acercan, nos conectan, nos enlazan
a personas que no conocemos, y nosotros, ciegos o ilusos, caminamos a
intentarlo de nuevo, hoy con él, mañana quién sabe. Así lo había conocido,
gracias a alguna de tantas redes sociales con las que cuento, y de las que no
estoy orgullosa en absoluto. Vivía a tres horas de la Capital de Córdoba. Yo a
dos. En otras palabras, él vivía a cinco horas de mi casa.
En la primera cita merendamos en su pueblo, pintamos
paredes, fuimos a bailar a un lugar horrible, dormimos juntos, casi garchamos
en un desliz de falsa confianza, pero no, no ocurrió. En la segunda cita y
todas las demás que le sucedieron garchamos enfermos de éxtasis, porque él
quería cada centímetro de mi cuerpo deformado por la grasa, el desdén y el
odio, y yo quería sentirme querida, y entonces todo funcionaba. Y ese fue el
motor que hizo que algo que debió existir simplemente en una cama, se
expandiera a mi vida entera, consumiendo mis ratos libres, mi tiempo de estudio
y mis ganas de estar conmigo misma.
Pasaban las semanas, quería tiempo para estar con mis
amigos, con mi familia, con mis mascotas. Y ahí estaba él, intentando llenar
cada surco que había de vacío entre mis minutos. Ahí estaba él, con un mensaje,
con un dibujo, con una canción. Él en todos lados, él todo el tiempo. Él
ahogándome y profanando con éxito todo mi oxígeno. Él alterando mi
cotidianeidad, él logrando aislarme sin intenciones, (pero haciéndolo en fin)
de todas las demás cosas que me hacían bien.
Comíamos en la cama, salíamos a besarnos en la lluvia,
pintábamos paredes y pintábamos nuestros cuerpos tal como se supone que debe
ser un amor adolescente. Pero ya no lo
éramos. Ya éramos dos jóvenes adultos (él un poco más grande que yo, pero más
irresponsable también) actuando como niños. Éramos dos personas perdidas y
encontradas. Perdidas en un frenesí sobreactuado para tratar de ser felices.
Pero no es suficiente. Nunca lo es. Porque ser feliz no es sólo lucir como una
persona feliz, ser feliz es no poder ocultar la alegría que te emana de los
poros como si no existiera una partícula fuera de lugar en todo el Universo.
“Y te dejo ir, oso, te dejo ir porque no te merecés a
alguien que no puede corresponderte todo el tiempo. Te dejo ir porque sé cuándo
parar, porque no quiero herirte, no quiero herirme. Te dejo porque quiero que
estés locamente feliz con una mujer que se vuelva locamente feliz a tu lado. Oso,
te dejo porque no quiero subestimar mi futuro, porque sé que ambos podemos
estar mejor. Te dejo porque deseo verte enamorado de una chica capaz de decirte
cosas hermosas todo el tiempo. Te dejo a
vos y con esto también dejo tus besos en la espalda, tus caricias a la mañana,
tus abrazos urgentes, tus manos inmensas, tus amigos que son adorables. Te dejo
con tus caprichos (que jamás fueron tantos como los míos), tu sublime manera de
entristecerte, y ese gesto que hacés con las cejas cuando tenés ganas de que
nos desnudemos”.
Y me fui, dicen algunos que sin motivos. Yo digo que los
tengo, que simplemente quiero ser feliz, que simplemente quiero poder corresponderle
a quien me corresponda, que no quiero escenas, que quiero ser libre mientras amo y soy amada.