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Una de las noches que lo vi, me enteré que era
compañero de la facu de una de mis amigas, no lo podía creer. Ella me prometió que iba a invitarlo a su
cumpleaños, y yo le agradecí. ¿Quieren saber qué pasó en la fiesta? ¡Enterate en el próximo capítulo!
[Continuará...]
***
-Mañana me vuelvo a Córdoba –me dijo el Veterinario-.
- ¿Qué? –A mí me quedaban tres días-.
- Eso, que mañana me voy.
- Noooo, qué garrón.
- Bueno, pero tenés mi Facebook –me dijo sonriendo-.
- Sí, más te vale que me aceptes.
- ¿Parezco de esos que no aceptan solicitudes?
- No, parecés de esos que tienen miles cada vez que
entran.
Rió y miré por última vez su sonrisa, a pesar de las
luces irritantes del boliche. Al otro día pasé sin darme cuenta por la puerta
de su hotel. Ahí estaba él, con sus compañeros, subiendo su equipaje al
colectivo. Me senté en la vereda del
frente y lo observé. No se dio cuenta (quiero creer), pero millones y millones
de pensamientos se me vinieron a la cabeza. ¿Por qué soy tan enamoradiza? ¿Por
qué siempre pierdo la cabeza? Necesitaba un poco de cordura, necesito parecer
normal.
Tomó asiento en el inmenso vehículo, hundí mi cara en
las palmas de mis manos, me levanté y fui por una cerveza. Eso necesitaba, mi elixir
sanador. Tomar una cerveza sola SIEMPRE aclara mis pensamientos, es infalible.
Llegué con mi latita a una plaza y me senté en el
pasto mirando el Nahuel Huapi. Qué rico que es el aire del sur. Todo en allá es
bueno. El frío, los colores, la gente. Los pinos que te susurran consejos, e
incluso el Nahuelito que se llevó uno de mis deseos.
Después de dos horas me incorporé y decidí que era
hora de volver al hotel. Había llorado. Lloré por lo que lloro casi siempre. No
soy quien quisiera ser. No soy muy agraciada, ni estoy cuerda, ni soy femenina,
ni siquiera soy lo suficientemente inteligente como para conquistar a alguien,
por eso todo lo que había pasado con el Veterinario debía de ser una farsa. Una
alucinación nefasta. Cuando llegué a mi habitación sentí la necesidad vital de
recostarme. Mi mejor amiga me dijo que estaba colorada, y al tocarme, ardía de
fiebre.
Me quedé sola y pensé. Me conecté a internet en
Bariloche (las ansias, para variar, me mataron) y lo agregué. Al menos no me
había dado mal su Facebook.
Embobada (y con Rulo muerto de bronca) me volví a
Córdoba. ¡Qué lindo que es estar en casa, dormir en mi cama!
Recién me aceptó la solicitud dos días después. Me
animé a escribirle el segundo día del Nuevo Año.
Membri: “Hey, espero que te acuerdes de mí, soy
Membri, de Bariloche, ¿Cómo pasaste Año Nuevo?
¿Más deseos?”
Una semana después recibo su respuesta:
Veterinario: “mal xq staba enfermo”.
(Nunca un “¿Y vos?”, MÍNIMO)
Membri: “Ahhh.. Qué garrón, che, bueno espero que te
mejores”
Veterinario: “Sí ya stoy bn, listo para reirme”
(OKAAAAAAAY?)
¿Qué se supone que una contesta? Qué frustrante que es
a veces tener que nadar contra la corriente. Como un salmón drogado que lo
único que quiere es estar en un lugar mejor.
En cuestión, fue fácil suponer que no todas las
personas se dan maña a la hora de interactuar por chat, y esperé que llegara el
cumpleaños de mi amiga, su compañera de clases.
A pesar de mi baja autoestima, ese día me propuse
estar bella. Me pinté mucho los ojos, me puse ropa nueva y entré con mi mejor
sonrisa y el corazón rebotando por cada esquina de mi cuerpo. El salón. La
cumpleañera. Las personas. Más personas. Personas que no son él. No estaba. Lo
buscaba y no estaba. Definitivamente no estaba. Frustración. Maquillaje corrido,
angustia y un poco de decepción. Tanto para nada. Tanta ilusión para perderla
en mitad de una fiesta estúpida y aburrida. O al menos para mí lo fue. Yo
sentía un zumbido ensordecedor en mi cabeza. Y estaba muy quieta. El resto de
las personas parecían moverse en cámara lenta, entre las luces del lugar.
Siempre termina siendo así. La ausencia y yo. Yo y la
ausencia. El sentimiento de vacío infinito aunque esté rodeada de gente, de
sensaciones, de objetos, de vida.
Y es así que una persona como yo decide dar por
finalizada la etapa en la que cree en alguien. Acá, entre nosotros, podemos
decir que simplemente “La encerré en el placard”, y no es fácil hacerlo. No es
fácil asumir que uno no para de equivocarse, de creer en esa chispa de
esperanza, que se extinguirá apenas sople el viento. Y si me preguntan quién fue él, les voy a
contestar la verdad; él no fue nadie. O algo así como un espectro de alguien.
Una sombra borrosa adentro de mi placard.