jueves, 1 de agosto de 2013

Capítulo doce: Al Cineasta, con amor.


[A mis lectores: Perdón por mi ausencia. Entenderán que a veces no me salen las palabras, o no se dejan escribir. Gracias por siempre darme fuerzas, mucho amor.]


¿Cómo se comienza algo que sabemos que pronto va a terminarse? ¿Cómo se siente querer y ser correspondida? Me quisieron, sí. Me quisieron con locura. Y yo quise, quise con todo mi corazón siempre a aquella persona que no me quería. Y quien me quiso, lo dejó de hacer al cabo de un máximo de dos meses, por una obvia cuestión de desgaste. Querer y no ser correspondido. Nunca funciona, aunque lo intentes. Antes o después ese tipo de carcasa finita como un papel, se deshace.
Quien quiera intentarlo, que lo intente; pero yo les habré advertido.
Ahora, volviendo a mi primer planteo, ¿Cómo se comienza algo que no queremos que se termine?
Esa era mi duda. Esa era yo unos meses atrás. Y dos semanas después me podrían haber visto cabizbaja, al borde de estallar en llanto, oliendo a cigarrillo mentolado y un dejo de whisky barato. Me habían dejado. ME HABÍAN DEJADO. Peor. Me habían dejado sin siquiera darme la posibilidad de intentarlo. Sin justificaciones, sin discusiones, sin planteamientos. El Cineasta se había ido de mi vida como un ventarrón que te seca la garganta antes de que alcances a cerrar la boca.
“Vayamos despacio”, me decía. Y de tan despacio, parece que no fuimos a ningún lado.  No importa cuántas citas buenas habíamos tenido, no parecía importar lo bien que nos conectábamos, él simplemente se asustó y se fue.
Y se fue como se van los cobardes. Y yo me quedé endurecida y amargada, como un animal doméstico librado a la suerte de un safari.
“El que se va sin que lo echen, vuelve sin que lo llamen”, me dijeron. Y aunque yo sentía que simplemente ya lo había perdido todo, si él quería volver, volveríamos, pero mi orgullo no me dejó ir a buscarlo.
Y lo esperé. Lo esperé como se esperan las cartas si se está en guerra, lo esperé como ahora espero que mi planta dé su primera flor.
Y a veces me da la sensación que los muy hijos de puta tienen un sensor para saber volver justo cuando te empezás a sentir mejor. Sí. Ahí estaba él, con sus putos mensajes de textos rebalsando errores de ortografía y caramelos baratos. Esa dulzura aniñada que tanto me gustó, ahora me invadía de dolor, de paranoia, de duda.

Intento memorizar las citas, pero definitivamente la charla fue más extensa:

Cineasta: “hola linda todo bien??”.

Membri: “¿Qué querés?”

Cineasta: “nada… saber como estabas nomas…”.

Membri: “Estoy bien. Mirá, la cosa es así de simple. Si querés hablar, hablamos, pero en
persona, así terminamos con todo esto de una buena vez.”

Cineasta: “que queres ablar?”.

Membri: “Básicamente de la manera en la que te borraste.”

Cineasta: “bueno estuvimos juntos tres semanas y ya paresiamos marido y mujer”.

Membri: “Estás flasheando, la pasábamos bien y nada más.”

Cineasta: “pasa q tuve miedo porq siempre la cago”.

Membri: “Claro, como ahora, por ejemplo.”

Cineasta: “mira yo todavía no cerre mi siclo con vos”.

Membri: “Eh? Bueno, sorry, yo ya estoy conociendo a alguien más.”

[[Nota de la autora: ¿Con quién estaba saliendo? Dejá de mentir, Membrilla.]]

Cineasta: “posta?? Me quiero cortar la pija, boluda.”.

Membri: “Y sí, ¿Qué esperabas?”

Cineasta: “bueno andate con tu novio”.

Membri: “Ahora no me hagas una escenita de celos, haceme el favor.”

Cineasta: “me asuste y aora te fuiste”.

Membri: “Esas cosas pasan.”



Y ahí terminó nuestra primer charla seria. Y ya me estaba gustando de nuevo. Y ya quería correr hasta donde sea que estuviera él y decirle que era mentira, que estaba sola, que lo estaba esperando, pero que no soy tan fuerte como pensé y que extraño su sonrisa de dientecitos pequeños, y sus manos gigantes acariciándome la cara en el parque.
Pero no. Quería que él viniera hacia mí. Como hace la gente enamorada, se buscan, y aunque a veces se desencuentren, se siguen buscando.
Pero esas cosas, resulta ser, que sólo pasan en las películas.
Acá, en la vida real, el orgullo me ganó a mí, y quizás a él también.
Los días siguieron pasando, eso sí. Empezó el frío, la melancolía, la angustia de dormir sola en Invierno y demás cosas que me atormentan a mí como la romántica empedernida de la que ya hace tiempo no estoy muy orgullosa de ser.
Y vuelve a aparecer. Y como el virus que corrompe la salud de todos, me agarra desprevenida y con las defensas bajas. Suena mi celular. Él, entrando por mi garganta y depositándose en mi mucosa.

Cineasta: “hola que contas? todo bien??”.

Membri: “¿Qué pasa ahora? ¿No te quedó en claro que nos peleamos y que ya no me tenés
que escribir como si nada?”

Cineasta: “por mi esta todo bien”.

Membri: “Por mí no. Entendé que me hacés mal, así, yendo y viniendo.”

Cineasta: “jajajajajajjajaj podrias dedicarte a escribir testamentos”.

Membri: “Uhh, la verdad, espero que crezcas algún día, Cineasta.”

Cineasta: “vos te pensas que lo q paso con vos me va a afectar?? Jajajajajajajjaajja yo no dependo de nadie para ser feliz y mucho menos de vos”.

-Siento un sable que atraviesa mi estómago. Los ojos llenos de lágrimas desperdiciadas, las manos me tiemblan. Respiro hondo, cuento hasta diez y alcanzo a contestar algo que (quizás) ni siquiera está bien redactado-

Membri: “Con todo el histeriqueo que me hiciste, yo me sentiría una basura en tu lugar. Ayer me decías que no habías cerrado la etapa y ahora me tratás así? Sos un careta, caradura.”

Cineasta: “bueno anda a la mierda”.

Membri: “Andate vos a la mierda, la re putísima madre que te parió. Ni se te ocurra volverme a escribir.”

Cineasta: “Ok chau”.

Y éste es el momento en el que arrojé “sin querer” un frasco contra la pared. Llena de ira, llena de angustia y de ganas de estar con él. Sí. Mátenme lenta y dolorosamente.
Pero acá estoy. Intentando crecer, intentando superarlo, intentando dejarlo de lado. Intentando no extrañar su tonada hermosa, sus ojos tristes, sus abrazos fuertes.
Escribirlo es como hacer terapia. Un poco más público, quizás. Pero igual de útil.
Lo que pasa es que simplemente me cansé de pasarla mal.
Tengo adentro del Placard a muchas personas por las que aún lloro, y se desempolvan, y vuelven a mi vida un rato, sólo para recordarme que existieron y rasgarme un poco más el corazón. Que por lo pronto es mío. Que ya no espera nada. Que ahora se limita a contar cuántos días faltan para el próximo Año Nuevo que voy a festejar sola, escribiendo, dibujando quizás. Mirando fuegos artificiales, con una copa de vino blanco en la mano izquierda… ¿Qué se siente querer y ser correspondida?






sábado, 16 de marzo de 2013

Capítulo once: Intereses olvidados, regalitos para Navidad, (Parte II).


***

Una de las noches que lo vi, me enteré que era compañero de la facu de una de mis amigas, no lo podía creer.  Ella me prometió que iba a invitarlo a su cumpleaños, y yo le agradecí. ¿Quieren saber qué pasó en la fiesta?  ¡Enterate en el próximo capítulo!

[Continuará...]

        ***

-Mañana me vuelvo a Córdoba –me dijo el Veterinario-.
- ¿Qué? –A mí me quedaban tres días-.
- Eso, que mañana me voy.
- Noooo, qué garrón.
- Bueno, pero tenés mi Facebook –me dijo sonriendo-.
- Sí, más te vale que me aceptes.
- ¿Parezco de esos que no aceptan solicitudes?
- No, parecés de esos que tienen miles cada vez que entran.
Rió y miré por última vez su sonrisa, a pesar de las luces irritantes del boliche. Al otro día pasé sin darme cuenta por la puerta de su hotel. Ahí estaba él, con sus compañeros, subiendo su equipaje al colectivo.  Me senté en la vereda del frente y lo observé. No se dio cuenta (quiero creer), pero millones y millones de pensamientos se me vinieron a la cabeza. ¿Por qué soy tan enamoradiza? ¿Por qué siempre pierdo la cabeza? Necesitaba un poco de cordura, necesito parecer normal.
Tomó asiento en el inmenso vehículo, hundí mi cara en las palmas de mis manos, me levanté y fui por una cerveza. Eso necesitaba, mi elixir sanador. Tomar una cerveza sola SIEMPRE aclara mis pensamientos, es infalible.
Llegué con mi latita a una plaza y me senté en el pasto mirando el Nahuel Huapi. Qué rico que es el aire del sur. Todo en allá es bueno. El frío, los colores, la gente. Los pinos que te susurran consejos, e incluso el Nahuelito que se llevó uno de mis deseos.
Después de dos horas me incorporé y decidí que era hora de volver al hotel. Había llorado. Lloré por lo que lloro casi siempre. No soy quien quisiera ser. No soy muy agraciada, ni estoy cuerda, ni soy femenina, ni siquiera soy lo suficientemente inteligente como para conquistar a alguien, por eso todo lo que había pasado con el Veterinario debía de ser una farsa. Una alucinación nefasta. Cuando llegué a mi habitación sentí la necesidad vital de recostarme. Mi mejor amiga me dijo que estaba colorada, y al tocarme, ardía de fiebre.
Me quedé sola y pensé. Me conecté a internet en Bariloche (las ansias, para variar, me mataron) y lo agregué. Al menos no me había dado mal su Facebook.
Embobada (y con Rulo muerto de bronca) me volví a Córdoba. ¡Qué lindo que es estar en casa, dormir en mi cama!
Recién me aceptó la solicitud dos días después. Me animé a escribirle el segundo día del Nuevo Año.
Membri: “Hey, espero que te acuerdes de mí,  soy Membri, de Bariloche, ¿Cómo pasaste Año Nuevo?  ¿Más deseos?”
Una semana después recibo su respuesta:
Veterinario: “mal xq staba enfermo”.
(Nunca un “¿Y vos?”, MÍNIMO)
Membri: “Ahhh.. Qué garrón, che, bueno espero que te mejores”
Veterinario: “Sí ya stoy bn, listo para reirme”
(OKAAAAAAAY?)

¿Qué se supone que una contesta? Qué frustrante que es a veces tener que nadar contra la corriente. Como un salmón drogado que lo único que quiere es estar en un lugar mejor.
En cuestión, fue fácil suponer que no todas las personas se dan maña a la hora de interactuar por chat, y esperé que llegara el cumpleaños de mi amiga, su compañera de clases.
A pesar de mi baja autoestima, ese día me propuse estar bella. Me pinté mucho los ojos, me puse ropa nueva y entré con mi mejor sonrisa y el corazón rebotando por cada esquina de mi cuerpo. El salón. La cumpleañera. Las personas. Más personas. Personas que no son él. No estaba. Lo buscaba y no estaba. Definitivamente no estaba. Frustración. Maquillaje corrido, angustia y un poco de decepción. Tanto para nada. Tanta ilusión para perderla en mitad de una fiesta estúpida y aburrida. O al menos para mí lo fue. Yo sentía un zumbido ensordecedor en mi cabeza. Y estaba muy quieta. El resto de las personas parecían moverse en cámara lenta, entre las luces del lugar.
Siempre termina siendo así. La ausencia y yo. Yo y la ausencia. El sentimiento de vacío infinito aunque esté rodeada de gente, de sensaciones, de objetos, de vida.
Y es así que una persona como yo decide dar por finalizada la etapa en la que cree en alguien. Acá, entre nosotros, podemos decir que simplemente “La encerré en el placard”, y no es fácil hacerlo. No es fácil asumir que uno no para de equivocarse, de creer en esa chispa de esperanza, que se extinguirá apenas sople el viento.  Y si me preguntan quién fue él, les voy a contestar la verdad; él no fue nadie. O algo así como un espectro de alguien. Una sombra borrosa adentro de mi placard.