[Éste capítulo es para Narchu, porque vos me lo dijiste, loca: “Le cabe el placard”, jajajaja, y, sinceramente creo que sí]
Había intentado reanudar algunas cosas con Rulo, quizás, en el fondo lo seguía amando, quizás sólo amaba que él me amara; de todos modos sabía que era inútil, como casi todo lo que hacemos las personas histéricas por sentirnos satisfechas al menos un microsegundo. Y así fue. Faltaban diez días para mi viaje a Bariloche, que, para quienes desconozcan lo que eso significa, Bariloche es el centro del descontrol juvenil, libertad, frenesí, sexo, drogas y alcohol desmedido, principalmente. ¿Quién viaja a lugares así con buenas intenciones? Sólo muy pocas personas, y no me incluyo.
Durante el viaje (de un día entero, por cierto) pensé en qué hacer. Llamé a Rulo. Le dije que apagaría mi celular, que no intentara comunicarse conmigo hasta que volviera de mi viaje de egresados. Recuerdo que no le hizo ninguna gracia y cortó el teléfono dejándome con palabras en la boca. Mi orgullo hijo de puta le planteó una de las peores venganzas que puede tomar una mujer hacia un hombre enamorado: Tenía que ignorarlo, algo que se me da muy bien, de hecho.
Salí a bailar todas las noches desde que llegué, pero voy a detenerme en la noche del 24 de Diciembre, Nochebuena. La inmensidad del boliche hacía que recordara que estaba muy lejos de mi familia... Mi hermana, mi hermano, mis viejos, mis abuelos, mis primitos y los amigos que no habían podido ir de viaje con nosotros, dejando una suave bruma de tristeza en la celebración, que había perdido mucho de su significado real por su ausencia.
Me proponía a acercarme a la barra de bebidas con Anita, una de mis mejores amigas, cuando tropecé con alguien. A la altura de mis ojos apenas tenía sus hombros, y alcé la mirada impresionada por su porte. Le pedí disculpas ruborizada mirando sus ojos, verdes, graciosos, hermosos, amables, perfectamente profundos, y no me contestó, se limitó a tomar mi mano y besarla como si hubiese visto en mí una suerte de Princesa de cuentos, y el correspondiera a mi destino. Hice una leve reverencia y sonrió, ¡Ay de mí, cuando sonrió! Esa curva hacía de sus mejillas la forma perfecta para que mis manos las acariciaran, hacía que sus ojos me recordaran a cuando un niño recibe un regalo para su cumpleaños. Me fui, la timidez (tan extraña en mí) hizo que me apartara sin decirle más nada, hizo que Anita tuviera que saberlo todo, como si hubiésemos pasado una eternidad juntos, hizo que quedara embobada el resto de la noche, buscándolo.
Cuando al fin lo ubiqué, estaba hablando con Anita, y no entendí mucho la situación, él sonrió y ella lo arrastró hasta donde yo estaba, y empezó a vociferar una horrorosa canción típica de Bariloche: ♪ Pico Bariloche, pico Bariloche, pico Bariloche ♫. Cuando miré a Anita, ella me hizo cara de aprobación. Lo miré a él y me sonrió. Tomé su brazo y le di un beso casi imperceptible en los labios. Ruborizada hasta las rodillas, lo saludé y me fui.
-¡Anitaaaaaaaaaaaaaa! ¿¡Qué hiciste, BOLUDA!?
Anita no dejaba de reírse, y me contagió su risa, su risa que es como si fueran muchas campanitas en mi corazón, A-TRE-VI-DA. Reímos juntas y le agradecí desde lo más profundo de mi corazón.
La cuestión de los besos y los tímidos y silenciosos encuentros se repitió tres veces más, y logré averiguar que:
a) Le gusta el rock nacional. [Dios, amo eso]
b) Estudia para ser veterinario. [Ay, no, creo que más amo eso]
c) Toca la batería. [¿Es tan perfecto, de verdad?]
d) ¡Su Facebook! [Listo, ya está, sólo resta enamorarlo con mi locura (que es mi cualidad no tan mala)]
***
Una de las noches que lo vi, me enteré que era compañero de la facu de una de mis amigas, no lo podía creer. Ella me prometió que iba a invitarlo a su cumpleaños, y yo le agradecí. ¿Quieren saber qué pasó en la fiesta? ¡Enterate en el próximo capítulo!
[Continuará...]