[Antes que nada, mis adorados lectores, disculpen la demora, parecerá que me justifico, pero quizás luego de leer éste capítulo logren comprender mi tardanza. Como siempre, estoy eternamente agradecida. Ah, y a éste capítulo se lo dedico a Romi, gracias loca, por acercarte a mí en la escuela y levantarme el autoestima así de rápido, sos un Sol inmenso.]
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Rompí lo que sea que tenía con alguien hace más o menos cuatro días. Justamente en ese momento, mientras él justificaba sus decisiones y todo eso que siempre pasa cuando las cosas no dan abasto, me pregunté cuánto demoraría en escribir sobre él o sobre cualquier otro hombre que no lucha, y que espera que nosotras, las superheroínas por naturaleza lo hagamos por ellos... ¿Y yo? ¿Y yo que nací villana en cuestiones del amor? Yo soy de las que no pelean por causas nobles, porque yo no tengo causas nobles, yo lo único que tengo es ganas de no hacer nada, ganas de que no me rompan más las pelotas (¡ay, si tuviera!) ganas de no peinarme, de no bañarme, de ir con mis Topper mugrosas a cualquier lado, quiero tener el esmalte corrido en las uñas, y una pila inmensa de lagañas acumuladas en los ojos. Y pobre Blackbird (así llamaremos al señorito en cuestión) él no tenía nada que ver con mi estado mental de vieja cincuentona hippie y en decadencia.
El día que “rompimos” (Si es que se le puede llamar así al quiebre de aquello que nunca fue construido) él me pidió que no fuera indiferente a lo que estaba pasando; y lamento decir -ahora que recapacito sobre lo ocurrido- que soy una mierda de persona, sí, actúo indiferente a todo aquello que pueda llegar a doler. ¿Por qué? Porque ya tengo heridas viejas, porque ya lloro en las noches que no fumo, y fumo en las noches que no lloro, porque éste es mi límite, y decidí, como el ser capaz que me considero, que no voy a sufrir más.
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Nos habíamos conocido por internet. Las vueltas de la vida hicieron que nos lleváramos bien, aunque a veces me costara lograr una conexión espontánea con él. La costumbre de los llamados telefónicos y los mensajes de texto fueron puliendo ésas cuestiones. Varios meses después, él viajó de su provincia natal a Córdoba, a mi Córdoba. Nos vimos, viajé tres horas con mi mejor amigo para verlo. Todo apuntaba a que habría explosión de cariño, dulzura, y tantas cosas que existen sólo porque sí, pero no fue así. Más bien pareció una tímida reunión de infantes. No hubo química, nadie quiso nada con nadie, y nadie intentó lograr nada con nadie. No lo vi más. Todo siguió vía Internet, y concluimos en que hubiésemos querido que pasara algo, y decidimos seguir tirándonos palos, inventando un compromiso de cartón y todo eso.
Para resumir lo demás, en un momento me cansé de la relación sin ‘ton ni son’ que teníamos, pero, con esperanza de que él volviera a Córdoba, no dije nada.
Hace cuatro días –como les dije al principio- él me dijo que no iba a venir. Y listo, se terminó. ¿Qué más quiero? Llenarme de problemas a distancia no es uno de mis hobbies favoritos. Es mejor (según dicen) que las cosas se terminen por lo sano, y que yo sepa, acá no hay ningún herido.
Blackbird no se va al Placard, porque... No me molesta que aún ronde por los pasillos de mi vida. A mi adorado ropero, sí, la historia que no pudo ser, que no quiso ser, que no dejé que fuera o lo que sea. Da lo mismo, en cuestión, algo que no fue.